Alfonso Ussía
Bertín Osborne
Soy amigo de Bertín Osborne desde el pasado siglo. Tiene dos inconvenientes. Que se llama Norberto y que a estas alturas de la cosa –la cosa puede ser cualquier cosa–, sigue creyendo en Casillas. Bertín, que es un triunfador en la vida, ha padecido como pocos la envidia española. Sabino Arana escribió que los españoles somos bajitos, patizambos, feos, cetrinos y necios. Se definió a sí mismo. Para colmo, como no estaba muy seguro de su cosa –la cosa puede ser cualquier cosa–, su viaje de novios lo resumió en una corta estancia en Lourdes, para ver si se producía el milagro. No se produjo. A Sabino Arana le habría encantado que Bertín se llamara y apellidara Bertintxo Ortiratzúa Osbornemendi. Pero no. Bertín es andaluz, y su raíz materna del Puerto de Santa María, ni más ni menos. Cuando se tiene que ver con el Puerto, el ingenio, como el valor en el Ejército, se da por supuesto. Pero en el caso de Bertín, el ingenio y el talento están sobradamente demostrados. Otro de los inconvenientes de Bertín es que canta los fados peor que yo. No lo ha superado. Pero hace como que no le duele y vive feliz.
Se ha casado con dos maravillas de la naturaleza. Sandra, que ya se fue, y Fabiola. Jerez y Caracas. Tuvo con Sandra unas hijas impresionantes y con Fabiola unos hijos por los que se desvive. El primero de ellos aupado hacia la armonía gracias al amor y dedicación de sus padres. En resumen, que es un español con una familia estupenda, y eso tampoco se lo perdonan.
Bertín ha protagonizado la revolución del buen gusto en la televisión. Es el triunfador del año. Ha devuelto a la pequeña pantalla la elegancia, la naturalidad, la simpatía, el ingenio y el buen gusto en la nación que produce la televisión más grosera y zafia del mundo, mérito que comparte con Italia. Y tiene infinitamente más éxito con las mujeres que Berlusconi, el ridículo personaje con el pelo teñido de naranja. Sucede que Bertín encandila al hembrerío con una sonrisa y Berlusconi con el talonario.
Televisión Española –algún día alguien lo explicará–, ha renunciado a seguir emitiendo el éxito rotundo de Bertín. Mucho tiene que ver la política con esta deplorable decisión. Bertín no oculta sus ideales, pero no se dedica a proclamarlos en sus programas. Es, ante todo, un español orgulloso de serlo. Es liberal, monárquico, acendrado defensor de la unidad de España, partidario del libre mercado y del éxito procedente del trabajo y del triunfo del individualismo –es decir, europeo–, frente a la mansedumbre triste, ruinosa, carcelaria y afligida del comunismo. Respeta las ideas de todos, y no abandona su buena educación en ningún caso. Un conjunto de defectos que no se pueden tolerar en la España de hoy. Para rematar sus culpas, su padre es conde, y en el Puerto y Jerez tiene primos, tíos, sobrinos y demás familia que también lo son. Demasiados pecados sociales. Para rizar el rizo de lo inadmisible que resulta un individuo de ese perfil en TVE, durante la Guerra Civil asesinaron los republicanos a casi una decena de sus familiares, lo cual ha sido considerado una provocación imperdonable por lo que queda del Partido Popular, pendiente exclusivamente de hacer miguitas con sus adversarios para mitigar sus complejos.
De lo que estoy seguro es que Bertín no va a desaparecer. Las dos grandes cadenas privadas, a pesar de sus vergonzosas sucursales, se lo disputan. Disfruto con el triunfo de mis amigos casi tanto como con el fracaso de mis enemigos. Y estoy disfrutando mientras compruebo que algunos acaban de descubrir a Bertín Osborne, que sí, que se llama Norberto y aún confía en las salidas en pos del aire de Casillas. Suerte, libertad, buen humor y mejor gusto, Bertín.
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