Sociedad

Cádiz, al fin

La Razón
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Mariano Sancha nos ha dejado para siempre, inexplicable injusticia. Es, de lejos, la peor noticia que te he dado en mucho tiempo. Ahora que abandono ojerosa, por unos días, el disfraz televisivo, la enmarco, muy a mi pesar, entre los peores recuerdos laborales. En otro estadio sentimental coloco todas las guerras narradas, con sus respectivas bajas en los bombardeos o en las pateras. Agrupo los atentados terroristas, las injusticias sociales, los crímenes, el goteo incesante de esa violencia intolerable que mata a mujeres y genera huérfanos. A un nivel menos mortífero, aunque tremendamente cargante y cansino, posiciono la corrupción en todas sus esferas y a esos seres que, haciendo trampas, siguen dándonos la matraca para independizarse. Los políticos, por favor, castigados en la estantería de allá arriba, por demasiado releídos. El PSOE de Sánchez calienta motores y, dicen algunos, se encamina hacia una supuesta podemización mientras, en los campos y los bosques casi vírgenes, malignos fuegos intencionados nos asfixian en este verano de sequía. También hemos comentado tú y yo, más de una vez, los pormenores de la gestación subrogada, el Orgullo de Madrid al mundo o los potenciales efectos del Brexit entre los españoles. Te he estado informando de cada tuit de Trump... En fin, comprendo el hartazgo informativo con 40 grados a la sombra.

Despojada fugazmente de mis obligaciones laborales cierro los ojos intentando pensar en blanco, sentir y relajarme, si es posible, después de tanta montaña rusa. Cada uno de los potenciales titulares informativos se me desvanecen como por arte de magia y emerge, poderosa, la sonrisa de mi abuela Teresa. Junto a ella y sus cien años revive entera la familia local, toman forma los amigos «gran reserva» que abrazan fuerte y quitan penas al calor de una luz sedante, indescriptible. Sopla la brisa salada del Atlántico al ritmo, quizás, de un tanguillo o una Alegría mientras disfrutamos, radiantes, de unas caballas con picadillo en la Caleta. Tanta sed de intimidad la sacia un rato de lectura lenta, junto al Castillo de Sancti Petri. El milagro es la puesta de sol, y la serenidad se asienta en el rato de fecunda pesca, con los padres y el hijo, bordeando todos, sobre las olas, el puente de Carranza. Cierra tú también los ojos, hazlo ahora. Estés donde estés, deberías permitirte reflexionar sobre qué imágenes te ilusionan, sobre tu propia felicidad. La mía se llama Cádiz, al fin.