Agustín de Grado
Chávez vive
Ha muerto el payaso histriónico. El personaje lenguaraz y pendenciero que siempre encontraba la manera de hacerse un hueco en los telediarios proclives a las astracanadas. Pero Chávez permanece vivo entre nosotros. Vive en los delirios totalitarios de Artur Mas cuando identifica su proyecto político con el del pueblo catalán en su conjunto. Sin matices ni disensos. Mesianismo bolivariano: «Chávez ya no soy yo, Chávez se hizo pueblo y esencia nacional», gritaba el caudillo el pasado mes de julio, en su 58 cumpleaños. Mesianismo nacionalista: «Vuestro grito es el mío, vuestra voz es la mía y vuestros anhelos son los míos», afirmó el dirigente catalán para alentar la marcha independentista del 11-S.
Vive Chávez en Andalucía, esa región española entregada al monocultivo socialista desde hace treinta años. Lo más parecido a la Venezuela chavista en la Europa próspera. Feudo impermeable a las políticas de libertad después de que durante tres décadas el poder haya creado un régimen clientelar que le garantiza el triunfo bajo cualquier circunstancia y condición. Donde el Chávez del «¡exprópiese!» se encarna en ese Sánchez Gordillo que roba en los supermercados para dárselo a los pobres, dice. Con esa retórica revolucionaria de desprecio a la propiedad que atropella la libertad al amparo de una falsa justicia social. Porque si algo ha demostrado el socialismo del siglo XXI en Venezuela, y el de toda la vida en Andalucía, es que el subsidio generalizado permite ganar elecciones, pero hunde a las sociedades en la miseria. Vive por último Chávez en el corazón de los proetarras ahora enseñoreados del País Vasco. Comparten su desprecio por la democracia representativa. «Son tiranías disfrazadas de democracia lo que hemos tenido en estas tierras durante mucho tiempo». ¿La frase pertenece a Chávez o es habitual en los comunicados de ETA?
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