César Vidal
Con el dos delante
De entre los recuerdos más entrañables de mi infancia destacan los cines de barrio. Sus sesiones eran continuas; sus programas, dobles y su entretenimiento, ilimitado. Si además se llevaba uno el bocadillo o se compraba una bolsa de palomitas o de patatas fritas –casi un lujo– podía considerarse como un ser tocado por los dedos generosos de la Fortuna. De una de esas tardes ya irrepetibles, recuerdo una película de Cassen, un humorista más que popular a la sazón, titulada 007 con el dos delante. Aprovechando la popularidad del entonces apenas estrenado cinematográficamente James Bond, la producción presentaba las aventuras de un agente que parodiaba al espía británico. Cassen no se parecía nada a Sean Connery, pero de lo que se trataba era de hacer reír a niños, abuelas y matrimonios con cabeza de familia pluriempleado. Si no me falla la memoria, en uno de los episodios más ridículos además de absurdos de aquella película, los distintos agentes perseguían un balón de fútbol que, supuestamente, debía ocultar información secreta y que, al fin y a la postre, era una sandía pintada. Me he acordado de Cassen y de aquella producción al ver cómo durante los últimos días se han ido sucediendo las informaciones sobre el espionaje, ya imposible de negar, de los partidos políticos en Cataluña. Hay que reconocer que los elementos presuntos de la trama no tienen desperdicio. A título de ejemplo se puede citar un restaurante donde, por lo visto, no se limpiaban los floreros en el espacio de un mes con el consiguiente riesgo para la salud de los comensales; una agencia de detectives con nombres tan sonoros como Borreguero y Peribañez; un empleado que se marcha de su trabajo llevándose docenas de archivos, simplemente porque no lo pagan; un micrófono oculto entre las flores; la amante del hijo de un político a la que, cuando la maltrató el nuevo señorito, no ayudó ni la Policía ni el servicio de asistencia a la mujer maltratada por eso del «por ser vos quien sois» y, por encima de todo, planeando como si fuera el smog más espeso de un Londres invernal, la omnipresente corrupción del nacionalismo catalán. Se dirá lo que se diga, pero, con todas las limitaciones de aquellos años, el espectáculo de Cassen resultaba mucho más inocente y mucho menos cutre que el de esta trama de escuchas. Quizá es porque aquel espía se colocaba el dos delante y éstos siempre ponen por delante, al menos, el tres... por ciento.
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