Agustín de Grado
Con las víctimas en Colón
Begoña tenía 22 meses. Murió abrasada en 1960 por una bomba en la estación de ferrocarril de Amara. Fue la primera. Llegarían después casi 900 más. Vidas rotas a las que durante años despedimos en funerales clandestinos despachados por la puerta de atrás. Tardamos en descubrir que en realidad eran héroes de nuestra libertad, merecedores de memoria, dignidad y justicia. Propósitos que suenan vacíos estos días de ignominia, donde las malas decisiones han terminado pasando factura. Nos escandalizamos con la excarcelación de Inés del Río, pero hasta que llegó Aznar las penas pretendían la reinserción del criminal y la izquierda rechazaba su cumplimiento íntegro. El PSOE y sus atajos a la ley: González prefirió la guerra sucia al endurecimiento del Código Penal heredado del franquismo; Zapatero basculó al otro extremo y optó por la negociación con los terroristas. Por la pasividad del primero y por la acción del segundo, decenas de terroristas van a salir de la cárcel. O, mejor, van a seguir saliendo. Porque hoy son Del Río y Troitiño, pero antes fueron De Juana y Bolinaga. Cada uno con su justificación legal, administrativa, humanitaria. Eufemismos tras los que se esconde la política sin freno que nos ha conducido a este octubre negro en el que el edificio jurídico levantado para la derrota de ETA se ha derrumbado con estrépito.
En la sentencia del Faisán está el explosivo que lo dinamitó: el fin justifica los medios. Las buenas intenciones. Por ellas unos están libres y otros en las instituciones. Las víctimas de ETA ahora lo son también de un proceso que las dejó sin justicia. El domingo, en Colón, reivindicaremos su memoria y dignidad. Lo que nos queda.
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