Julián Cabrera
Debates, cómo y quién
Lo que se ventila en los comicios generales del próximo «20-D» va mucho más allá de quien va a ser el inquilino de La Moncloa para los próximos cuatro años. Está en juego la más que certera posibilidad de que acaben saltando las costuras de una manera de hacer política que ha aportado estabilidad institucional con independencia de quién gobernaba o quién estaba en la oposición. La alternancia natural –salvados episodios que pudieron distorsionar como los trágicos atentados del «11-M»– ha sido la tónica predominante, pero nada es eterno.
Lo que puede avecinarse es un nuevo parlamento en el que no servirá cualquier aritmética; tal vez por ello exista una sensación de desasosiego o de salto en el aire sin red, porque a día de hoy y con cualquier encuesta seria en la mano –salvado el mal momento de la demoscopia– la única suma que daría con una mayoría estable para gobernar sería la de populares y socialistas y como la disposición especialmente de los segundos a un pacto «a la alemana» es nula, ese desasosiego está más que justificado.
Con ese panorama del que son especialmente conscientes las maquinarias electorales de Génova y de Ferraz toca deshojar la margarita del cómo, el cuándo y el quiénes de los debates electorales, cuando no la propia conveniencia de su celebración. Y en éstas surge una legislación que sitúa a la junta electoral como verdadero y auténtico árbitro pero claro está, de una partida que ya no es la real porque las cosas llevan tiempo discurriendo por otros derroteros y los actores «emergentes» ni siquiera tienen representación en el actual Parlamento en contraste con otros que son carne de extinción.
La otra variante pasa por una estrategia, en especial la de las dos grandes formaciones tradicionales que trata de preservar a toda costa –y aquí el tema de los debates es clave– la preponderancia del bipartidismo. Socialistas y populares pueden caer en la tentación de obviar a Ciudadanos y a Podemos quemando todas sus naves en uno o más «cara a cara» Rajoy-Sánchez-Sánchez-Rajoy, un estratosférico error que pondría de manifiesto no sólo la ceguera ante los avisos de las últimas convocatorias con corolario en la de Cataluña, sino una lamentable incapacidad para colegir que una gran parte del electorado difícilmente iba a entender la ausencia de los que están en boca de la opinión pública y en agenda de quienes ostentan una envidiable capacidad para detectar los caminos del poder a corto o a medio plazo.
Rajoy y Sánchez tienen frente así todo un Rubicón que ya no pasa sólo por el adversario tradicional, sino por otros más jóvenes, más seductores, con menos lastre del pasado y en el caso de Albert Rivera hasta con una creciente fascinación entre los amantes de la estabilidad política como garantía de estabilidad económica y social. Debatir a pecho descubierto y con programas sobre la mesa puede ser una buena opción para que el eventual pasajero del avión pueda distinguir entre un piloto añoso pero experto y otros más glamourosos pero carentes de horas de vuelo.
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