Alfonso Ussía

«Desdiputar»

La Razón
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Después de muchos años de profundos análisis he llegado a una conclusión que creo positiva. Trescientos cincuenta diputados son muchos. Con 200 y una mayoría absoluta de 101, los parlamentarios trabajarían mejor, intervendrían desde sus escaños con mayor comodidad y no estarían como sardinas en lata. Por otra parte, nada se perdería. Existen cinco modelos de diputados. Los dirigentes de los partidos políticos; los portavoces; los representantes en diferentes comisiones; los deambulantes sobre alfombras y los diputados de bar. Estos últimos son también necesarios, pero no los pertenecientes al cuarto grupo, el de los deambulantes sobre alfombras, cuya única misión es dar vueltas por los pasillos que rodean al hemiciclo y captar la atención de los periodistas con escasa experiencia. Después votan, claro está, y más de uno se equivoca con el botoncito.

El diputado de bar acostumbra a ser dialogante y comprensivo. Gusta de tomar su copa en compañía de los diputados de bar de otras formaciones. Y aprovecha su condición parlamentaria para beber a precios más baratos que en los bares y cafeterías urbanas. Los hay que al finalizar la sesión parlamentaria precisan de una carretilla para ser depositados en las puertas del recinto. Nada que ver con los pálidos y buscones deambulantes sobre alfombras, que se ocultan tras las cortinas y cuando advierten la presencia de un joven periodista, hombre o mujer, aguardan su paso, recechan hábilmente, y cuando el corresponsal pasa a su lado, le piden una entrevista o le regalan una opinión: «Nuestro Grupo está unido. A ver si lo reflejas con contundencia en tu crónica de mañana». «Perdón, señor, soy la jefa de mantenimiento y estoy revisando los muebles deteriorados para proceder a su renovación». Si se prescindiera de los diputados deambulantes sobre alfombras, el Congreso pasaría de tener 350 representantes del pueblo a 234 como mucho. Por ello, hay que seguir con la guadaña.

Los 34 sobrantes hay que buscarlos en el bar, pero no a las horas tibias y agradables del aperitivo, el café o la copa vespertina. Se trata de un sub-grupo muy específico, el compuesto por los «diputados de prolongado desayuno». El diputado de prolongado desayuno es, en número, más mujer que hombre. Una legislatura normal, de cuatro años, principia con diez o doce diputados de prolongado desayuno, y finaliza con más de cincuenta. Son parlamentarios desencantados, nada utilizados, de voz afónica en los plenos, obligados a aplaudir y perfectamente prescindibles. Aborrecen a sus dirigentes por no haber cumplido sus promesas personales. –Irene, serás la voz de nuestro partido en asuntos de Defensa-. Y la Defensa se la encomiendan a otro, alimentando en los interiores de Irene una hoguera de resentimiento de muy complicada extinción. Normalmente, el diputado de prolongado desayuno es proclive al transfuguismo y termina el período parlamentario sentado en el grupo Mixto, la ensaladilla rusa o macedonia de frutas de nuestro hemiciclo. Un diputado de prolongado desayuno se aburre tanto en el Parlamento que termina intimando con Joan Tardá.

Ya tenemos 200 escaños para doscientos antifonarios patricios. Ahorro, efectividad y mayor comodidad en el cumplimiento del mandato popular. Menos bofetadas para ocupar un despacho con vistas a San Jerónimo, menos ordenadores, móviles y dietas, y una superior armonía por aquello del trato personal y el ambiente de colegio de pre-escolar que termina imponiéndose por la costumbre. Lo malo es que con estos que han llegado últimamente, desde la del niño que mama y el de la coleta a lo Paquita Rico, los recreos se pueden convertir en un suplicio. Pero es objetivo a intentar. Urge «desdiputar» nuestra Cámara Baja. Demasiada gente.