Martín Prieto
Desprecio de la etología
Para la mayoría de españoles ilustrados la etología debe tener que ver con el empaste del menaje metálico doméstico, aquel oficio de mercheros. Es una ciencia de mediados del pasado siglo que aún es ignorada y hasta despreciada pese al impulso de Konrad Lorenz y la entrañable divulgación de Gerard Durrell («Mi familia y otros animales»), el hermano listo de Lawrence Durrell y su «Cuarteto de Alejandría». Siendo la fauna propiedad del bípedo implume, se supone que otras especies tienen sistemas nerviosos débiles que hacen imposible el sufrimiento y niveles cognoscitivos tan bajos que impiden los más elementales sentimientos, aunque sean patentes la rabia, el dolor, el afecto o sus inclinaciones lúdicas. Como diría un gañán, los animales ni sienten ni padecen. Entre nosotros nunca hemos desarrollado gran interés por el estudio del comportamiento animal, y lo que deberíamos repensar es el sadismo que aplicamos a los galgos, nuestra irresponsabilidad en el abandono masivo de mascotas y todo lo relativo a la tauromaquia, fiesta nacional declinante. Todo arranca del mito del Minotauro y no conozco otro país que Argentina que prohíba por ley las corridas, aunque por el norte se haga alguna capea clandestina desmontada y sancionada por la Policía Caminera. Los toros y las vacas son mucho dinero y con eso no se juega. La fiesta de los toros pierde interés entre los jóvenes, es un negocio tambaleante con subvenciones que hacen falta en otros menesteres y las figuras del toreo son más famosas por sus lances de cama que por su maestría en el ruedo, y son carne de prensa rosa. Aunque se estampe en la bandera como escudo, el toro ya no es símbolo nacional. «Las meninas», de Diego Velázquez, sí son marca España como tantos hitos de nuestra cultura. Pero aunque debería estar prohibido prohibir, sí que hay ir sacando de nuestros campos subproductos taurinos como el Toro de la Vega, como si Tordesillas no tuviera una carga de historia entre sus muros como para necesitar alancear un astado a caballo entre el fervor de un gentío que se satisface en la muerte. Insisten los misóginos en que el oficio más antiguo del mundo es el de prostituta, cuando es el de asesino, pero pese a tan primigenia tradición no vamos a celebrar el cainismo. La vieja ciudad castellana, y otras en el Levante, tienen numerosas y edificantes tradiciones que conservar que la demostración del matarife. Pero lo de Tordesillas tiene su lado positivo: divulga la etología.
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