Enrique López
Discurso real
Comienza en unos días el nuevo año y seguimos en bucle sin resolver la crucial encrucijada en la que España se encuentra. Tras el magnífico discurso de nuestro Rey Felipe VI, mucho se ha escrito, pero me llama poderosamente la atención que una frase como «la ruptura con la ley, la imposición de una idea o de un proyecto de unos sobre la voluntad de los demás españoles, sólo nos ha conducido a la decadencia, al empobrecimiento y al aislamiento», haya podido generar críticas. ¿Acaso no es cierto lo dicho? Un mínimo esfuerzo de análisis histórico así nos lo demuestra. España tiene tanta historia que es difícil no encontrar en alguno de sus capítulos una experiencia que nos ayude a evitar errores y que nos conduzca al éxito. Sin ánimo de profundizar en la historia, lo que queda claro es que cuando el pueblo español, con sus regiones, nacionalidades, pueblos o como se les quiera denominar, ha estado unido, hemos escrito las páginas más exitosas de nuestra historia, y al revés, cuando nos hemos dividido tanto política como territorialmente nos hemos casi destruido, perdiendo el tren del primer mundo al que estamos llamados a pertenecer. El discurso del Rey ha sido un discurso valiente, pegado a la realidad, y en el que supo resumir las preocupaciones y anhelos de los españoles en este momento, que a veces no coinciden con las de ciertos políticos. Decía Cicerón que no saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser incesantemente niños, y algunos parecen instalados en la más tierna infancia. La Constitución define al Rey como Jefe del Estado y símbolo de su unidad y permanencia, y esto le obliga constitucionalmente, además de su personal convicción, a trabajar por esta unidad y permanencia; esta misión constitucional tiene una significación política doble por un lado, la Corona representa la unidad del Estado frente a la división orgánica de poderes, por cuya razón se imputan al Rey una serie de actos (nombramiento de presidentes del Gobierno, convocatoria de Cortes, promulgación de las leyes, administración de la justicia, etc.), con independencia de cuál sea el peso político de la intervención regia en la adopción de dichos actos; por otro, representa igualmente al Estado español en relación con los entes político-territoriales en que éste se divide, las comunidades autónomas. Hoy tenemos dos prioridades que deben centrar todos los esfuerzos políticos en su superación, el secesionismo catalán y la consolidación de la recuperación de la crisis económica, y ambas cuestiones deberían marcar la agenda política española por encima de cualquier personalismo o egoísmo político. Decía Platón que «a vosotros (políticos) os hemos formado en interés del Estado tanto como en el propio vuestro, para que seáis en nuestra República nuestros jefes y vuestros reyes». Esto debería ser así siempre, pero en esta encrucijada, no sólo en una obligación sino una necesidad. Mas la verdadera formación de un político no es completa si no conoce a fondo la historia de su país, toda la historia y no sólo la del nombre de algunas calles que tanto preocupan. Conocer bien nuestra historia es nuestro mejor futuro.
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