Martín Prieto
El «Cándido»de Voltaire
Cuando todos estemos muertos como los dinosaurios tras la colisión de un asteroide, Cándido Méndez volverá a ser reelecto por enésima vez como secretario de UGT. Lleva 19 años rigiendo el sindicato socialista y no ha terminado por entender aquello de que un hombre es un voto libre y directo. Tampoco ha logrado llevar al sindicato a su autofinanciación despegándose de la financiación pública y anexos espúreos como los planes de formación sólo existentes en el papel o los porcentajes sobre los ERE abducidos por golfantes esquilmadores del erario. Hacia su sexto mandato, Cándido, como el de Voltaire, sufre las inclemencias de la virtud y soporta en silencio las inclemencias de la UGT de Andalucía. Otro como su «clon» Toxo, aducen que necesitan la financiación del Estado por su baja afiliación y que en Alemania para darte de alta en un trabajo basta pertenecer a un sindicato. Sí, pero al que quieras de una variada gama. Sería mejorable la afiliación obligatoria a cambio de que vivieran exclusivamente de sus cuotas. Desde la defenestración de Nicolás Redondo, Méndez no ha modernizado una esclerotizada UGT, dándose a la recuperación de un hipotético patrimonio histórico enajenado por el franquismo, la sustitución de la democracia interna por el intriguismo, la huelga general y la pancarta. Redondo era el llamado a suceder a Rodolfo Llopis al frente del PSOE y convertirse en el «Felipe González», el «Isidoro» del momento, pero no quiso dar el paso a la política. Luego, desde UGT le organizó a Felipe dos huelgas generales por los planes de empleo juvenil y contratos baratos. Le serrucharon el piso con la estafa de la PSV, en la que nada tuvo que ver, pero que le obligó a dimitir. El extremeño Cándido, ingeniero técnico en química industrial, es el hijo natural de una UGT que quería empotrarse en la burbuja inmobiliaria. En su querella de pareja de hecho, Cándido no ha levantado vuelo y sigue siendo el segundo sindicato con 1,2 millones de afiliados, lo que pese al desempleo da noticia de su escasa sustancia como agente social. Disfrazado del obrero que nunca fue, presumía de ir andando a la UGT cuando los médicos le habían obligado a disminuir su obesidad. No le reprochamos que sea de buen yantar, pero sí que se deje ver en restaurantes a 60 euros la botella de vino. Peor han resultado sus salidas nocturnas a Moncloa, donde oficiaba de ministro de Economía de Zapatero. Pero el sindicalismo español es de Atapuerca y nuestro reelectísimo demuestra que UGT sigue siendo la correa de trasmisión del PSOE y una curiosa suerte de monarquía electiva. Como los reyes godos.
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