Crisis económica

El desconcierto actual y el futuro III

La Razón
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La globalización ha venido impulsada por el desarrollo acelerado de las nuevas tecnologías y las comunicaciones y apoyada en una economía financiera y especulativa que ha impulsado a las empresas al mercado exterior, compitiendo en ese mundo global mediante una reducción sistemática de sus costes a costa de los salarios y la deslocalización. El objetivo era obtener lo más rápidamente posible el mayor beneficio, el mayor dividendo y la mayor revalorización de la cotización, en beneficio preferentemente de los prestadores, especuladores y gestores de las mismas.

Pero esta manera de crecer no ha consolidado mejoras en nuestras sociedades, ni ha aumentado el bienestar, ni la seguridad, ni ha logrado ofrecer un proyecto de futuro ilusionante a la ciudadanía. Por el contrario, ha incurrido en una grave crisis económica mundial de la que han salido perjudicados ciudadanos de todas las clases sociales, pero muy especialmente de las clases medias y bajas, provocando nuevos conflictos sociales y políticos de los que se benefician los movimientos populistas de izquierda y derecha de nueva aparición, en detrimento también de las formaciones políticas tradicionales. De ahí que haya que reflexionar profundamente para cambiar los aspectos negativos de la misma o lo que nos espera es poco halagüeño.

El problema no ha estado en el liberalismo ni en el mercado como sistemáticamente han venido señalando los socialistas y los populismos radicales de izquierdas por meras razones de interés político, pues la crisis y sus consecuencias se han extendido incluso con más virulencia a los países donde estos estos movimientos y estos partidos detentan el poder político. El problema ha venido agravado por la transformación de la economía tradicional en una economía financiera-especulativa, que ha aportado mucho rendimiento económico a unos pocos y poco o nada e incluso empobrecimiento para los demás y para la riqueza del país, apoyada en productos financieros cada vez más complejos y con menores garantías, y en unas autoridades políticas y en unos órganos de regulación y control que no sólo no han detectado hasta donde se estaba llegando, sino que han facilitado su utilización.

El estallido de la crisis ha enseñado las vergüenzas de todos, y la debilidad de las entidades financieras ha hecho que la solución haya tenido que pasar por inyectar más y más dinero a los Bancos dándole a la maquinita, sin ajustar precios, y sin la reconsideración y modulación de la economía financiera y especulativa, y la vuelta a una preferencia de la economía real.

Por eso, o paramos y cambiamos el paradigma para volver a la economía que crea riqueza, empleo, oportunidades y crecimiento sólido, o seguiremos aumentando la desazón, el disgusto, el alejamiento de los ciudadanos de la política y la carencia de políticos serios, y abonaremos el terreno para que esas opciones que buscan en el descontento su hueco populista y/o radical de uno u otro extremo, logren finalmente sus objetivos, con el riesgo cierto de una confrontación social o incluso de mayor alcance.

Ése es el reto que tenemos por delante y al que tenemos que hacer frente analizando en profundidad el problema, con claridad de ideas, con un proyecto de futuro que recupere la ilusión y el crédito en la gente, y con determinación para llevarlo adelante, enfrentándolo con contundencia a los nuevos predicadores, y con un liderazgo fuerte que haga todo esto posible.