Política

Pilar Ferrer

El día que Duran se quedó en la cuneta

El día que Duran se quedó en la cuneta
El día que Duran se quedó en la cunetalarazon

En la segunda planta del edificio nuevo del Congreso los despachos son amplios y luminosos. Allí trabajan los diputados de Convergencia y Unió, siempre con mucha actividad. Ahora, la situación en Cataluña aumenta el trasiego de visitas. Por allí desfilan empresarios, diplomáticos, gentes de la sociedad civil anclados en la misma pregunta, ¿Cómo se soluciona el problema catalán?. La pasada semana, en el salón de consejos del Grupo, dos importantes embajadores se reunían con Josep Antonio Durán i Lleida. Comentan el último ridículo de Artur Mas. Después de abogar por una candidatura unitaria con ERC a las elecciones europeas, va el propio Oriol Junqueras y anuncia su negativa. Un nuevo varapalo para un gobierno de la Generalitat frágil, con su presidente cada vez más amortizado y sin rumbo.

El «eterno hombre puente», como se le conoce a Durán, no se cansa de pedir diálogo entre Madrid y Barcelona. Pero sus esfuerzos caen en vano, precisamente, por lo que Mariano Rajoy llama «decisiones unilaterales». Así ha sido. Durán y su mano derecha, el incansable Josep Sánchez-Llibre, mantienen una estupenda relación con la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría. A través de ella, con sigilo y sutileza, habían logrado un encuentro discreto entre el presidente Rajoy y Artur Mas. Pero dos filtraciones lo impidieron de inmediato: la famosa carta a los líderes europeos y la pregunta de la consulta. Ambas cosas sentaron mal en La Moncloa y dejaron a Durán en la cuneta. Al tiempo, tales filtraciones, que fuentes convergentes atribuyen a Francesc Homs, han avivado tensiones en el seno de la Generalitat y en el partido. El papel de Homs es cuestionado y su cercanía con Mas empieza a erosionarse.

Las relaciones entre Artur Mas y Durán Lleida nunca han sido excelentes. Mientras que con Jordi Pujol sí lo eran, con el «hereu» nunca hubo química. «Simplemente se soportan», solían decir en Unió sobre dos políticos muy diferentes. Mas siempre fue mediocre, crecido a la sombra de la familia Pujol. Durán, brillante, astuto, con magníficos contactos en los centros de poder. Dos políticos contrapuestos que, sin embargo, caminaron juntos hasta que el delirio soberanista de Mas tensó la cuerda. A pesar de sus diferencias, el líder democristiano nunca pierde en público su prudencia. En todas sus conversaciones, cuando le insisten en su posición, Durán responde sin dudarlo: «No echaré más leña al fuego». Piensa que la situación ya está bastante enredada como para aumentar la crispación.

Veteranos dirigentes de los dos partidos de la Federación definen así la actual relación entre ambos: «Civilizada, pero no más». Valga la redundancia. Durán está convencido de que el desafío soberanista divide y desubica a la sociedad catalana. «Es como obligarles a elegir entre padre y madre», opina un destacado miembro de Unió. Pese a todo, Durán no hará nada por romper la coalición y contribuir a una crisis mayor que daría todo el poder a Esquerra Republicana. La fractura empieza ya por la propia Convergencia, dónde el liderazgo de Artur Mas se resquebraja. Sin un sucesor claro, tras la imputación de Oriol Pujol, otros personajes se mueven. El propio Frances Homs, que ya no goza de la absoluta confianza del president y es mal visto por el otro hombre fuerte, Jordi Vilajoana, secretario general de la Presidencia. Felip Puig, conseller de Empresas y Empleo. Un histórico convergente, que conoce las «cloacas» del partido como nadie y no oculta, en privado, divergencias con la actual deriva separatista. Y Germá Gordó, conseller de Justicia, conocido como «el sibilino» por su habilidad para maniobrar en la sombra. Mantiene buenas relaciones con el PSC, dado que su mujer, la magistrada Roser Bach, fue la candidata de los socialistas catalanes al Consejo General del Poder Judicial, puesto que ahora ocupa.

En este tira y afloja entre CDC y Unió, Durán actúa con «Finezza Vaticana», según su entorno. Moderación y prudencia, para intentar reconducir una situación cada día más áspera. Claramente contrario a la independencia, piensa sin embargo que ahora no tiene sentido «montar un follón». Durán no desea avivar el fuego, porque la crisis está dentro de Convergencia. Hay movimientos y aguas agitadas, descabezado el Clan Pujol por la corrupción. La familia también recela de Mas, a quien acusan de tibieza ante los últimos escándalos de los hijos de Pujol. Es el análisis que hacen en Unió, dónde el liderazgo de Durán sigue intacto, si bien subyace un nombre en caso de su voluntario relevo: Ramón Espadaler, conseller de Interior. Es, junto con el de Agricultura, Josep María Pelegrí, quien jugaría sus cartas. Por el contrario, la vicepresidenta Joan Ortega, y la presidenta del Parlament, Nuria de Guispert, dos mujeres que le deben todo a Durán, están distanciadas por su seguidismo hacia las tesis secesionistas de Artur Mas. En Unió se las considera «bastante desagradecidas». En cuanto al hombre de absoluta confianza, su auténtico amigo, mano derecha y gran diputado durante tantos años, Josep Sánchez-Llibre, nunca aspirará a nada y une su destino parlamentario al de Durán. Es también el caso de su otro gran amigo, Jordi Casas, que demostró total honestidad al dejar la Delegación de Cataluña en Madrid por su oposición a la deriva separatista.

Fiel a su estilo de no atizar las brasas, Durán Lleida aguanta esta relación «con alfileres» por responsabilidad y no provocar mayores conflictos. Piensa que en Madrid «también falta cintura» y que es preciso reconstruir puentes. En Cataluña hoy impera la férrea versión oficial, y todo el que no la sigue es un mal catalán. Frente a ello, el líder democristiano sigue apelando al dialogo. Siempre será un caballero.