Restringido
El día que Sánchez se sintió importante
A Pedro Sánchez le pilló de improviso la oferta de Pablo Iglesias y la simultánea jugada de Mariano Rajoy de cederle amablemente el paso. El viernes Sánchez quedó descolocado, perplejo, emparedado. Pero, al mismo tiempo, ilusionado como un niño con deportivas nuevas. Por primera vez, tras el batacazo electoral, se sintió importante, dijeran lo que dijeran los barones y patriarcas del partido, y se encandiló con el ofrecimiento inesperado del maquiavélico líder de Podemos y con la vía libre a La Moncloa que le dejaba aparentemente el astuto dirigente popular. Se había convertido en el protagonista, en el centro de todas las miradas, aunque muchas eran miradas compasivas. Por fin iba a cumplir su sueño. No importaba que eso contradijera su firme compromiso electoral de que nunca pactaría con Podemos. Le resbalaban las advertencias de que, con esta alianza, el centenario PSOE podía acabar como el PASOK en Grecia, y de que lo de Iglesias era una trampa, un chantaje, un caramelo envenenado. Él se vio ya de presidente, al frente de un «Gobierno progresista» por «una sonrisa del destino». ¿Cómo se iba a negar? Los militantes y los votantes aplaudirían, como de costumbre, el pacto de izquierdas, lo mismo que en los ayuntamientos y en las comunidades. De paso mandaba a la derecha y a Rajoy a tomar viento.
Se manifestaba así en todo su esplendor la principal perversión de la política española, que consiste en rechazar y aislar en una especie de lazareto al Partido Popular, el más votado, heredero en gran parte de la UCD, donde conviven liberales, conservadores y democristianos, perfectamente homologable con los grandes partidos europeos, tan demócrata por lo menos como el PSOE y no más corrupto. «Tan borracho eres tú como yo»..., etcétera. Y, desde luego, mucho más fiable que Podemos y más leal a la Constitución. Pedro Sánchez se dispuso a cerrar el trato con el de la coleta este mismo fin de semana. Pero las fuertes advertencias de dentro y de fuera le obligaron a caer del burro. Le entró vértigo. Volvería a decirle al Rey que Rajoy, primero. Y empezó a mirar a su derecha, donde podría encontrar la tabla de salvación.
Si Albert Rivera dijera que sí, el Partido Popular, que no es rencoroso, sino más bien bobo, ofrecería su abstención, y así él cumpliría su sueño sin caer en las garras de los podemitas ni del Comité Federal. O sea, el dilema de Pedro Sánchez es: o Gobierno o a casa. Y el de Rajoy, algo parecido. Queda tralla por delante.
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