Restringido

El Gobierno anti-PP

La Razón
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«Es la primera vez que me han mirado con odio desde dentro». La frase, pronunciada ante su círculo próximo, pertenece al titular de Educación, Íñigo Méndez de Vigo, sorprendido por el ambiente que se vivió en la sesión constitutiva de las Cortes. Conocido por su experiencia en política, a la que llegó en la época de Felipe González, el ministro en funciones tuvo que tragar saliva ante un reguero de bufidos vertidos en voz baja por diputados de Podemos contra el PP en medio de la opereta desplegada en el hemiciclo.

El pavor de Méndez de Vigo está justificado. La perspectiva, cada vez más real, de que se forme un Gobierno, no de «progreso», sino de «ruptura», encabezado por Pedro Sánchez, es alarmante. La dicotomía empleada durante tantos meses entre «nueva» y «vieja» política simplemente era un subterfugio y ha quedado enterrada para volver a la división de izquierdas y derechas, pero esta vez tan ideologizada que recuerda a las dos Españas superadas con la Constitución de 1978.

El Partido Popular con Mariano Rajoy al frente, es hoy el «enemigo» a batir para una amalgama de formaciones que sólo entiende, como forma de hacer país, el frentismo. En realidad es la consecuencia de la estrategia implantada por Zapatero antes incluso de alcanzar el poder en 2004. El primero que agita hoy esa llama es el secretario general del PSOE con su hostilidad contra la fuerza más votada en las urnas el 20 de diciembre. Esa actitud, dudosamente democrática, produce, claro, indignación en el centro derecha, al que se excluye como si de un apestado político se tratase. Pero también, retrata a Sánchez como principal candidato ahora a una investidura con el apoyo –entre otras– de unas siglas como las de Podemos, que según acaba de desvelar Antena3, permitió que Maduro le pagase un viaje a Venezuela para participar, junto con las CUP y un familiar de un jefe de ETA, en un foro de apoyo a la autodeterminación. Las peligrosas relaciones del partido morado con el chavismo se han puesto una vez más al descubierto, aunque ahora hablamos de una formación política con diputados en el Congreso. En este sentido, España vuelve a ser la excepción. Basta con mirar a Francia, donde una saludable alianza trenzada por el bipartidismo del Partido Socialista de Hollande y los Republicanos de Sarkozy frenó en seco el paso del «rupturista» Frente Nacional. Al igual que Le Pen en el país vecino, la propuesta de Pablo Iglesias defiende sin ambages un populismo antisistema que reclama, incluso, «el derecho a la autodeterminación de las naciones» de España, ante el que deberían haber surgido Rajoy y Sánchez con una reacción similar a la de los mandatarios franceses por el interés general y las libertades de los ciudadanos. No ha habido manera. Ciertamente, el espíritu imprescindible para alcanzar un gran acuerdo no se improvisa y debe dejar de lado los réditos partidistas. Y en estos últimos años el PP se ha olvidado del carácter integrador que lo forjó, tan sustancial a sus siglas. Qué manera de despilfarrar una mayoría absoluta en cuatro años por parte del marianismo. Al cierre de la primera ronda infructuosa de consultas del Rey Felipe VI, tras la renuncia de Mariano Rajoy para acudir a la investidura, el empeño de Pedro Sánchez por cerrar los ojos a la mano tendida para formar un Gobierno que se aleje del radicalismo, no hace, por supuesto, sino evidenciar la endeblez de sus postulados. El PSOE es hoy un partido mortecino. Iglesias lo sabe y el órdago que lanzó ayer lo ha cambiado todo: el Gobierno anti-PP está en marcha. Veremos el recorrido que tiene.