Pactos electorales
El hastío
Las dificultades para formar Gobierno están sobrepasando los límites de la paciencia de los electores. De la indiferencia se está pasando al hastío, que es ese estado de ánimo próximo al cabreo del que puede temerse cualquier cosa. En la calle se tiene la impresión de que los actuales dirigentes políticos no sólo no están a la altura de las circunstancias sino que desprecian, con artimañas partidistas, sectarismo o ambiciones personales, el interés general y el mandato de las urnas. Los máximos responsables de esta situación intolerable deberían reflexionar. Algunos de ellos están alentando con su actitud y sus movimientos circulares el desprestigio de la clase política y de las instituciones democráticas. La gente empieza a pensar que ellos no son ya la solución, sino parte del problema. Los que han salido malparados de las urnas hace tiempo que deberían haberse echado a un lado. No es de recibo que sigan bloqueando la salida como si dispusieran de autoridad moral y legitimidad para ello. De Podemos nadie espera nada. Bastante tiene con salir del laberinto en que está metido. De C’s se esperaba más. La abstención táctica no resuelve nada. Así se quedará en bisagra cada vez más insignificante hasta la inanidad. Y el PSOE, con su «no es no», es señalado como el principal culpable de la situación. La dirección socialista ignora hasta los reiterados consejos de los históricos del partido y se mantiene en una posición obstruccionista y suicida.
Nadie quiere unas nuevas elecciones, pero todos, menos el líder popular, están llevándonos irremediablemente a ellas. En circunstancias extremas, habrá que pensar en soluciones extremas, dentro, por supuesto, del marco constitucional. A mí me llamó poderosamente la atención la afirmación de Rajoy en el balcón de Génova la noche de la victoria electoral –«este es el discurso más difícil de mi vida política»...– con el recordatorio de sus años en el partido, sus titubeos y la especial demostración de afecto a su mujer. Le he dado muchas vueltas a la escena. ¿Estaba previendo, en el fragor del triunfo, que las dificultades para lograr la investidura podían aconsejarle retirarse a casa para evitar las terceras elecciones? Parece que Sánchez y Rivera, de mutuo acuerdo o cada uno por su lado, están intentando ponerle en ese trance. Si no, no se explica nada. El Rey tiene la palabra, pero lo tiene complicado.
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