Julián Redondo
El jardín de la alegría
Veranos de antes, sin nostalgia. Sillas de anea en las aceras, el balcón entreabierto y la hamaca, bamboleante, oculta en el interior; según caía la tarde y los pulmones dejaban de respirar aire caliente, la calle recuperaba la vida antes de cenar y por las rendijas de la persiana que tocaba el suelo llegaba el canto risueño de las niñas: «Al jardín de la alegría quiere mi madre que vaya / a ver si me sale un novio de los más ricos de España». Hoy, el aire acondicionado ha refrescado las casas, cerradas a cal y canto, y engullido costumbres; los «diyeis», el rap, el hip hop, la play y el smartphone han cambiado radicalmente la época y de las voces blancas apenas queda ni rastro. Sobrevive el Tour en la hora de la siesta, resurge «Amarte así, frijolito», y las adolescentes se hacinan en la grada en pos del novio futbolista, rico entre los ricos de España, que ya está pillado. El Bernabéu, como el Camp Nou o esos campos de Primera que cobijan el fútbol privilegiado, es aquel párvulo jardín de la alegría que madres y abuelas publicitaron con más ilusión que suerte. El Bernabéu posee una de las colecciones de futbolistas más valoradas y apreciables del mundo, puede que la más cara. Jóvenes envidiados por sus dotes balompédicas y por sus ingresos millonarios; artistas del balón, atletas que aprovechan el viento favorable mientras en sus cuentas corrientes fluyen los euros como antaño los cantares en las calles hoy vacías. Una figura tras otra, sin intervalos desde que nació el siglo XXI, desemboca, predestinada, en el coloso madridista. Figo fue el primer eslabón de esa deslumbrante cadena; el último, por ahora, James, no «Yeims», casado con Daniela Ospina. Otro que está pillado.
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