Lluís Fernández
El mito del rebelde
Murió tan joven, hizo tan sólo tres películas y tuvo tan poco tiempo de madurar que su imagen de joven triste y solitario ha quedado grabada en la cultura popular como el genuino mito del rebelde. Tópico que repite desde que interpretó el papel del tímido y neurótico Cal en «Al este del Edén» (1955), la única de las tres películas que llegó a estrenar en vida, y sin duda la mejor de ellas.
La suerte, su físico aniñado y la fatalidad de su muerte a los 24 años en un accidente de coche, lo convirtieron en el ídolo juvenil con el que los jóvenes de los años 50 podían identificarse. Monty Clift fue el primer actor que encarnó la vulnerabilidad juvenil en el cine, teñida de una tenebrosa ambigüedad. Marlon Brando le dio una dimensión de violencia física y sexualidad.
Con la aparición de James Dean, tomaba forma el joven sensible, desorientado y rabioso que se enfrenta con desagrado a la imagen paterna. Una nueva idea de pureza y sensibilidad se va abriendo camino en una juventud reacia a identificarse con los valores de posguerra: la rutina laboral, la responsabilidad y la carencia de ambiciones vitales. Elia Kazan seleccionó a James Dean por encima de Brando y Paul Newman porque vio en ese joven apesadumbrado a Cal, un Caín en busca de redención, celoso de la relación que su hermano Aaron mantiene con su padre, Adam Trask. Los nombres bíblicos juegan con la violencia latente de la novela de John Steinbeck, de la que Kazan tomó su parte final, centrando la acción en el personaje insidioso de Cal, al que Dean dota de un desasosiego existencial pocas veces lograda en el cine moderno.
El director, que había conseguido cuatro años antes lanzar al estrellato a Marlon Brando con «Un tranvía llamado deseo» (1951), consagró a James Dean como el nuevo mito juvenil del cine de Hollywood. Elia Kazan supo potenciar su mirada desvalida, la forma como se enfrentaba a la cámara y expresaba con una interpretación contenida al celoso personaje de Caín.
Su rostro, siempre en estado de turbulencia emocional, podía pasar de la introspección a la rabia, y de la amargura y la frustración a la violencia inesperada. En esta película está, quintaesenciado, el personaje que hará fortuna en sus dos siguientes papeles. La última, «Gigante» (1956), era el intento del estudio de lanzarlo como un actor para todas las edades, y no sólo para adolescentes.
Sin embargo, «Rebelde sin causa» (1955) consiguió, tras la muerte del actor, la fortuna de representar a la generación del rock and roll, cuyos mayores intérpretes adoptaron su estudiado desaliño. Las cazadoras y los vaqueros se convirtieron en el uniforme del roquero, tanto en su vertiente estudiantil como entre gamberros y delincuentes juveniles. Elvis Presley, por entonces en pleno lanzamiento como ídolo pop, ocupó su lugar como el nuevo icono de la juventud en pleno furor de vivir.
«Rebelde sin causa» hizo de Dean el prototipo del eterno adolescente, siempre insatisfecho, aquejado de esa abulia que se confundió con la angustia vital y el desasosiego de la sexualidad que asomaba de forma incipiente en el cine de Hollywood. Su director, Nicholas Ray, escribió de él: «Desengañado e insatisfecho, el drama de su vida es un conflicto entre el deseo y el temor a darse».
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