Ángela Vallvey
El plural
Personajes públicos –incluidos algunos deportistas, políticos, grandes hermanos y hasta mujeres o viceversas del artisteo mediático– utilizan la primera persona del plural para expresarse. No la primera persona del singular, como sería adecuado. Nunca dicen «creo que este asunto...», sino: «nosotros creemos que este asunto...». Así, la primera persona del plural, en boca de los más enrollados, ha devenido –oh, ironía– un nuevo plural mayestático, una forma de otorgarse majestad a uno mismo utilizando la compañía de otros como excusa. Son los demás quienes conceden el poder al que siempre habla en primera persona del plural. Supuestamente.
Verbigracia, los políticos; un periodista preguntará: «¿Qué opina usted de...?». Y el político responderá: «Nosotros creemos que...». El grupo habla así por boca del líder, que nunca personaliza sus respuestas, sino que se expresa como factótum de una colectividad que, aunque no esté presente, se manifiesta hasta casi hacerse corpórea a través de la primera persona del plural. Es la fuerza del conjunto, que prima sobre la identidad del individuo. El individualismo causa un hipócrita rechazo. Es mejor hablar en nombre de muchos (para los políticos, el número de esos «muchos» varía según quien haga la encuesta, de un día para otro).
Detrás de este uso peculiar del lenguaje, que parece estar de moda, puede que en algunos casos se encuentre la buena voluntad de hacer una ofrenda de solidaridad, un homenaje al clan. Quizás algunos piensan que, cuando hablan en plural, están realizando un esfuerzo de «inclusión» del resto de individuos que forman su grupo, y que con esa expresión los «empoderan», los sitúan en primera línea, a su lado. Como si el líder tuviera así presente a su comunidad, a su equipo social.
Sin embargo, también puede ser que la primera persona del plural sirva solo para reforzar un discurso, recordándole al interlocutor la fuerza del número, de la colectividad que respaldaría dicha oratoria. Lo cual no deja de ser presuntuoso. Nadie puede arrogarse tanta unanimidad, tamaño consenso. Además: esconder la singularidad usando el plural también oculta la responsabilidad individual, diluyéndola entre el grupo. En el fondo: ¿quién puede hablar de verdad en nombre de otros muchos cuando ni siquiera se atreve a hacerlo en nombre de sí mismo?
Los reyes y los papas de antaño fueron los principales usuarios del plural mayestático. Ahora, convencida de que es lo «moderno y correcto», cualquier «choni» televisiva habla en los mismos términos que un monarca otomano.
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