Barcelona
El Supremo, burka
Las tormentas en el desierto son terribles, porque los minúsculos granos de arena se clavan como alfileres al chocar con la piel y pueden lesionar gravemente los ojos. Por eso, los musulmanes que vivían allí se cubrían completamente el cuerpo y el rostro, tanto hombres como mujeres, con objeto de protegerse de las tormentas. Ahí nació el burka. Además, las caravanas que transitaban por esas tierras entre oasis y oasis, cuando temían ser víctimas de salteadores, aconsejaban a las mujeres que se pusieran el burka para que los bandidos no distinguieran las hembras jóvenes de las viejas y, ante la duda, decidieran llevarse el dinero y las mercancías, y renunciaran al secuestro de las mujeres, porque llevarse una mujer vieja confundida suponía un engorro, una molestia de la que no podía sacarse ningún provecho. En Lérida no hay tormentas de arena, y no se tiene noticia de que pasen caravanas. Lo que pasa es el AVE, camino de Barcelona, o en sentido Zaragoza y Madrid, por lo que el Ayuntamiento prohibió que en los espacios públicos se usara el burka. Sin embargo, el Supremo, considerando que eso puede atentar contra la libertad religiosa, ha revocado la razonable prohibición de Lérida, con lo que se demuestra que la incontenible ola de tontería contemporánea que se abate sobre nuestra sociedad alcanza cotas cada vez más altas, e incluso ha alcanzado al Tribunal Supremo. Esperemos que no llegue un día en que el Supremo, tan entusiasta de la libertad religiosa, ampare la lapidación y nos libre del espectáculo de asistir al asesinato público de una mujer que, a lo peor, ha sido vista dándose un beso con un hombre que no es su esposo, ni su padre, ni su hermano ni su hijo. Si los miembros del Tribunal Supremo hubiesen leído el Corán, se habrían percatado de que en ninguna de las más de seis mil aleyas se habla del burka, y si hubiesen echado una ojeada a un interesante relato, basado en un hecho real, «Un burka por amor» ,de Reyes Monforte, es probable que su sentencia hubiera sido diferente. Un importante porcentaje de delitos cometidos en el exterior de nuestras calles y en el interior de los establecimientos comerciales se resuelve gracias a las cámaras de seguridad. Por eso, el atracador de un banco lo primero que hace es ponerse un pasamontañas o una máscara. Los atracadores, tironeros, descuideros y ladrones de los cajeros automáticos están de enhorabuena. Con el burka admitido por el Supremo, tienen a su alcance muchas más posibilidades de que sus delitos queden impunes. Ya pueden retirar las cámaras de seguridad de los bancos, grandes almacenes, mercados y calles. No sirven para nada. Nadie sabe quién va dentro del burka, ni siquiera si es hombre o mujer. He aquí cómo una decisión basada en interpretaciones medievales y mezclada con la libertad de la democracia produce un esperpento jurídico que a las personas que hemos renunciado a vivir del robo y el atraco nos vuelve más indefensas y menos libres.
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