Pedro Narváez

El tentempié de Rivera

La Razón
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Albert Rivera sufrió de incontinencia. Los espectadores del debate de Atresmedia no sabíamos si quería ir al baño o tomar la palabra, que tratándose de políticos, aunque sean nuevos, muchas veces viene a ser lo mismo. Tirando de un viejo chiste de Chiquito de la Calzada, estrella de los memes en las redes sociales, «se movía más que los precios». Viejo chiste porque los precios están en fase de congelación. Vale lo antiguo sin embargo para ejemplificar lo que aparece como nuevo sin serlo de veras. Lo novedoso del candidato es esa coquetería masculina que en la primera transición se reducía a aquello del hombre y el oso y los slip de Abanderado y que ahora, después de tanto metrosexual por la calle, llega a sentarse al Congreso de España mientras el PP, quién lo diría, hipnotiza a los «hipsters», especie barbuda en vía de extinción «cool».

Digamos que Rivera se balanceaba por tres de tanto que le sonaban los oídos por lo que no quiere que se sepa y es si al final habrá tripartito o tentempié, ese muñeco que por más que lo zarandees siempre vuelve a la posición original. Si habrá un trío, una cama redonda o un dúo dinámico. Después de la política «bisexual» que presenta Democracia y Libertad, la marca blanca de Convergència, aunque todavía no sé qué quiso decir Carles Campuzano con ese calificativo, todo es posible. Sobre todo en Cataluña donde el Parlament aboga por el «amor libre» y poner los cuernos a la Constitución.

Tres es la cifra secreta aunque el debate fuese a cuatro. Tres eran tres y la Merkel de Valladolid. El misterio sigue guardado hasta que sepamos si Pedro Sánchez, el hombre que jugaba con las hormigas, está a la altura de su tamaño, que no parece. Lo que sufriría anoche Pablo Motos. Solidaridad entre bajitos. El ataque de nervios de Rivera traslució la ansiedad por llegar inmaculado a la urna ahora que no puede permitirse un streptease público, la presión por dejar el balón en el centro sin que te rescate un delantero. El juego de manos que precede a un combate cuando ya los contrincantes están zurrándose.

Rivera se movía porque quiere quedarse quieto. Es la contradicción del hombre opaco que se vende transparente, la gran interrogante de esta contienda que mantiene sobre ascuas a los demás partidos y al respetable. Si el tentempié del debate será un muñeco diabólico depende para quién. Rivera se mostró como el péndulo de Foucault. Es capaz de demostrar que la Tierra rota, y de qué manera, lo que no aclaró es en qué dirección. Por eso deja espacio, como en la novela de Umberto Eco, a interpretaciones ocultistas y esotéricas que ni la bruja Lola, en el mayor de sus delirios, podría adivinar. Rivera compró ayer en Cádiz un décimo de Lotería. Tras el debate, la suerte está echada.