Gonzalo Alonso

EN SOLFA: Totalitarismo musical

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Hace unos días se producía en Italia un hecho que ha sorprendido a pesar de los antecedentes existentes. Stéphane Lissner, intendente de la Scala, ha cerrado las puertas del teatro a Paolo Isotta, el crítico del «Corriere della sera», el diario más importante de Italia. Pero es que además Isotta es uno de los críticos de mayor prestigio de aquel país, si no el número uno. El motivo: las críticas frecuentemente adversas. Las últimas firmadas por Isotta se centraban en el «Lohengrin» que abrió la temporada y en Harding, director muy amado por Lissner. De la apertura de la temporada escribió el crítico al inicio de su artículo: «La Scala debería ser el teatro verdiano por excelencia y si la temporada se inaugura con Wagner, se debe a una probable incapacidad del maestro Barenboim, director musical de la Scala, para dirigir a Verdi». De la forma en que Harding tradujo a Mascagni y Leoncavallo opinaba: «Se presentó en un teatro italiano con dos obras sagradas de nuestro repertorio desconociendo el idioma, el lenguaje musical y el estilo. Si el público no le ha masacrado es porque tiene un aire de niño bueno que le hace caer simpático». O que bajo su batuta el sonido de «Tristán e Isolda» era «homosexual», una forma de decir «blando». El director del «Corriere» reaccionó con un breve pero contundente editorial: «Isotta es un extraordinario, inteligente e imprevisible crítico que conoce mejor la música que sus detractores de la Scala, para quienes la alabanza es debida, toda sospecha justa y cada petición, hasta la más extraña de un artista, legítima. En 2011 Lissner, que tal vez nos considera una colonia, me escribió una carta pidiendo arrogantemente la cabeza de Isotta. No la obtuvo entonces ni la tendrá ahora». Lissner ha reaccionado argumentando que «Isotta ha decidido emprender una campaña personal y utilizar sus críticas como instrumento de poder». Típico.

En la Bastilla

Lo cierto es que existen antecedentes, pues Gerard Mortier hizo otro tanto con algún crítico en la Bastilla e incluso gente menos notoria pero con las mismas ínfulas de totalitarismo musical, como jefes de prensa, actúan de forma análoga. Hay un sector de la derecha y otro mucho más amplio de la izquierda para quienes no merecen vivir los que no opinan como ellos. Me imagino ahora a Isotta, sentado en su butaca, pagada por su diario en vez de regalada, manifestando abiertamente su opinión sobre cada espectáculo de la Scala y al público mirándole para saber si toca aplaudir o abuchear. Como hacían los espectadores del Real en el siglo XIX con un célebre crítico de la época. Paolo, ¡qué envidia me das!