Ely del Valle
Engañada y traicionada
Dice la letra de un conocido bolero aquello de «te vas porque yo quiero que te vayas» y bien podría haber sido la banda sonora de la salida, esta vez sí definitiva, de una mujer que lo fue casi todo en su partido y en la política de este país. Aguirre se marcha y lo hace como las tropas republicanas: cautiva de una trama corrupta que no supo atajar y derrotada por lo que un día fue su guardia de corps. Lo hace además sintiéndose, dice, engañada y traicionada por quienes completaron un curriculum más que vistoso gracias a ella y en medio de un terremoto cuyas replicas parecen interminables y están socavando la credibilidad del partido en el gobierno. Casi nada al aparato. En su favor hay que decir que no ha tenido ningún reparo en reconocer su responsabilidad que de momento pasa por haber tenido un ojo clínico penoso y por haber dejado en manos de una presunta panda de mangantes las gestión y los dineros de los madrileños, que no es poco. En su contra pesa su doble tozudez, primero al empeñarse en volver cuando ya se había ido dejando una imagen bastante más airosa que la que ofreció ayer, y segundo al insistir en quedarse después de haber tenido que renunciar a la presidencia del partido en Madrid. Ni había necesidad ni era aconsejable. Hoy Aguirre, como ya le ocurrió en su día a Rita Barberá, es la constatación de que nada es eterno y de que en política, una despedida a destiempo termina por convertirse en factura. Nadie la ha echado, pero tampoco ha habido nadie que haya salido en su defensa. Con la despedida de Aguirre se pone fin a una etapa entre suspiros; los suyos por tener que hacerlo más sola que la una, y los de alivio que desde ayer recorren la calle Génova.
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