Alfonso Ussía
Ferrari proletario
Me gustan los coches Ferrari en las carreras de Fórmula 1, que por otra parte se me antojan tediosas y aburridas. Pero en la calle, la posesión de un Ferrari garantiza sin margen de duda la condición de hortera de su propietario. Tener un Ferrari es de mal gusto. No conozco a nadie normal que tenga un Ferrari. Y tampoco a mujeres despampanantes que se enamoran del dueño del Ferrari en su modelo descapotable. El motor suena muy bien, y con la primera marcha se supera el límite de velocidad de las autopistas españolas. Es por ello, un lujo de alta majadería. Sí al Bentley, al Daimler, al Mercedes siempre que no sea de color blanco, al Cadillac y al Rover. Pero un Ferrari no sirve para nada exceptuando la apariencia del poder. Y para colmo, el Ferrari es de color naranja metalizado.
Me refiero al Ferrari del hijo de Lula, el ex Presidente de Brasil condenado por corrupción. El Presidente de los trabajadores, los proletarios, los sin pan y los lelos que desde Europa, lo admiran y defienden. Un Presidente de la ira popular cuyo hijo conduce un Ferrari por las calles de Montecarlo. Lógica ubicación, por cuanto la amistad monegasca-brasileña es secular. El vídeo está grabado junto al Hotel de París, enfrentado al otro gran establecimiento hotelero de Montecarlo, el Hermitáge. Entre ellos, el Casino. El hijo del proletario vive en Mónaco como un marajá mantenido por los millones de dólares que ha robado papá en Brasil. Y se ha comprado un Ferrari, como Lenin manda. Mecanizado. Pulsa botones y se abren puertas, ventanas, y el coche se descapota. Se oye la voz de una mujer aplaudiendo la demostración. -¡Bravo, bravo!-, vitorea entusiasmada. Me reservo la opinión para no ser acusado de machista, pero mucho me temo que se trata de un tipo de mujer en trance de extinción, y que por ello, debe ser cuidada y defendida. Antaño era conocida –no la mujer, el tipo-, como la «Puta del Descapotable», y conocí personalmente a dos de ellas en mi juventud.
El Ferrari es coche de hijos de ladrones de la izquierda y de jeques árabes. En los emiratos del Golfo abundan. Mi querido e inolvidado Jimmy Mora, Jaime de Mora y Aragón, me lo contaba consternado una noche en un restaurante de Madrid. Trabajaba para Kashogui, el eficaz traficante de armas establecido en Marbella, y una noche de copas, Kashogui prometió regalarle un Ferrari «Testarrosa». Con mucha delicadeza, Jimmy Mora intentó explicarle a Kashogui que él pertenecía a una tradicional y noble familia española. –En nuestra clase social, nadie ha tenido un Ferrari jamás. Sería abruptamente despreciado. Regálame el dinero que pagarías por el Ferrari-; -no, te regalo el Ferrari, y si no te gusta, lo vendes-. -Y ahí, al borde del Mediterráneo, en honor a su linaje, Jimmy Mora se enfrentó a Kashogui por primera vez, dedicándole una recomendación solemne y admirable: -Kashogui, amigo mío, te vas a meter el Ferrari por el culo-. Méndez Nuñez con su «mejor honra sin barcos que barcos sin honra» quedó de maravilla. Rodrigo de Triana gritando «Tierra» en la primera navegación del Descubrimiento, se inmortalizó. Pero la Historia no será justa hasta que se recuerde en los colegios de pago lo que le dijo Jaime de Mora y Aragón a un traficante de armas de la morería aquella noche en Marbella: «Kashogui, amigo mío, te vas a meter el Ferrari por el culo».
Benjamin Cadbury, rico industrial inglés y fabricante de chocolates, optó por ser admitido en el «Woodles», uno de los grandes clubes urbanos de Londres. Para ingresar en el club, dos miembros de la junta directiva interrogaban al aspirante, tocando todos los aspectos de su vida y entorno. Pasó con nota las pruebas, y a punto estaba de terminar con éxito la encuesta cuando uno de ellos le preguntó: -¿Qué marcas de coches son sus preferidas?-; Y Cadbury cayó en la trampa. –Tengo dos Ferrari-. –Pues lamentamos comunicarle, señor Cadbury, que la posesión de un Ferrari es causa de rotunda inadmisión en este club. No es tolerable-.
Pero en Mónaco no hay un «Woodles». Y los comunistas brasileños se mueven por sus límites en un Ferrari. Un Ferrari en Mónaco es aún más inútil que en España. Y no puede traspasar el niño de Lula la frontera con Francia porque lo trincan y lo devuelven a Brasil. Es decir, que además de ladrón es tonto, porque ya me dirán ustedes para qué sirve un Ferrari color naranja metalizado en Montecarlo.
La izquierda radical es así. Siempre sorprendente.
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