Lucas Haurie

Filósofo sin twitter

La Razón
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Josep Maria Pou i Serra es un señor grande como una cordillera cuya voz parece un trueno salido del vientre de la montaña. Además, porque no es lo mismo, es un monumental actor. En «Sócrates: juicio y muerte de un ciudadano», con texto y dirección de Mario Gas, encarna «al más honesto de los hombres» en sus horas finales, cuando la asamblea de Atenas lo condenó a morir por envenenamiento mediante cicuta. El complot, una auténtica conjura de necios, llevó a su discípulo Platón a escribir que la demagogia es la degeneración de la democracia. Y en ésas continuamos veinticinco siglos después. Sobrecoge una de las escenas finales, cuando Pou/Sócrates afirma que vivirá «en otras ciudades de otros tiempos, siempre que haya alguien dispuesto a denunciar a quienes aprovechan la política para llenar de oro sus bolsas». Contra ellos, siempre apuntará el dedo acusador de un Méleto (Pep Molina), que clama atormentado su condición de maldito, como «todos los poetas que ponen su pluma al servicio del poder». El teatro es quizás el último foro en el que la Cultura con mayúsculas se abre paso entre el legítimo afán de entretener y el plausible compromiso de su mensaje. Tal vez por eso, Cristóbal Montoro lo carga con un IVA que quintuplica el que tributan las revistas pornográficas: pasatiempo ideal para el votante acrítico con el que sueñan los electos mediocres, pues nada hay que espante más al politicastro que la inteligencia, ese permanente cuestionarse que preconizaba Sócrates y que, a la postre, acabó por costarle la vida. Condenado por una plebe envenenada por el sulfuro, simplón pero eficaz, de los hipócritas predicadores de la ortodoxia. Atenienses de antaño o tuiteros de hogaño, la chusma nunca dejó de serlo.