Ángela Vallvey
Fun, fun, fun
El sorteo de la Lotería precede a la Navidad. La mayoría de la gente no resulta ganadora de ningún premio, como es obvio, de modo que se consuela con aquello de «lo importante es la salud» y luego va al mercado a comprar el marisco para la cena familiar, con una media sonrisa, entre la decepción y el alivio. Con la sospecha de que la felicidad no es algo que esté relacionado directamente con el dinero. Quizás pensando que la suerte imaginada también tiene algo de reconfortante, que es el combustible que nos permite seguir tirando. Porque los sueños generan mucha energía para el corazón. Los seres humanos vivimos apoyándonos en ilusiones que se convierten en asideros invisibles. La esperanza es un cielo azul sobre la cabeza, y los deseos, el sostén donde descansa la incertidumbre de vivir. Tener un anhelo secreto fundamenta la lucha diaria por salir adelante. Pero el dinero, como objeto de sueño, no es el cimiento más digno sobre el que construir un mañana. O, por lo menos, no el más elegante. Y si además se trata de un capital ganado mediante juegos de azar, mucho menos, porque los dineros del sacristán, cantando vienen y cantando se van. Benavente decía que eso de que el dinero no da la felicidad son infundios que hacen correr los ricos para que los pobres no los envidien demasiado; no pensaba como algún personaje de Baroja, que echaba la culpa de sus males al hecho de no haber tenido que trabajar para vivir. Y es que hay quien piensa que trabajar es lo más decente que se puede hacer durante la existencia. Para ese tipo de personas, el trabajo también es un ideal, un premio, en ocasiones aún más difícil de ganar que el de la Lotería. Mientras desde una óptica filosófica, ideológica o religiosa, el trabajo dignifica, el dinero por sí solo raramente lo consigue. A pesar de que dice el refrán que al perro que tiene dinero se le llama señor Perro. No todos tenemos la misma habilidad para ganar dinero. Mientras unos lo consiguen a espuertas, otros se conforman con las monedas de cobre que recogen del suelo. Para compensar, los que logran mucho dinero con comodidad, a veces son incapaces de administrarlo. El futbolista norirlandés George Best, por ejemplo, confesaba: «Gasté un montón de dinero en coches, mujeres y alcohol. El resto, simplemente lo malgasté»... Pobrecillo. (Feliz navidad).
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