Iñaki Zaragüeta

Ha muerto Rita, o ¿la han matado?

La Razón
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Ha muerto Rita Barberá, o ¿la han matado? Sí, sí. Como suena. Fuerte, pero coincido con el sentimiento de sus familiares. No ha podido ser más triste, casi trágico, el final desenlace de toda su vida de lealtad a unas siglas, las del Partido Popular, y a Valencia, ciudad a la que su política transformó como ninguna otra en España. Triste por circunstancias como un hotel, por la irracionalidad del trato desproporcionado y, sobre todo, injusto por el que se le dispensó desde algunos medios de comunicación, de sus adversarios políticos, con sed de venganza por los cinco lustros que no pudieron con ella en las urnas, y de su propio partido, que se puso de espaldas cuando ni siquiera estaba imputada, ha fallecido sin estarlo, aunque para ello vulnerara sus propios Estatutos, que prevén abrir expediente de expulsión en el momento de abrirse juicio oral. Todo ello tiene especial trascendencia porque su familia también era el Partido Popular, y su sede, su casa. He meditado expresar un pensamiento tan extremo del que estoy convencido. No ha sido una muerte natural. Ha sido una muerte como consecuencia de la injusticia, del odio, de la venganza. Más de treinta años dedicados a la cosa pública, de los que 24 fueron dedicados a la ciudad de Valencia, han resistido auditorías, denuncias, amenazas, maledicencias. Sin embargo, lo que su acción política pudo resistir, no lo pudo hacer su corazón. Su único lastre es un asunto de mil euros basado en nada fundamentado y con una presunción de inocencia que muy pocos han respetado.

Cómo no voy a pensar lo que pienso, a sentir lo que siento. A Rita se le han enviado balas en sobres, se le han hecho pintadas amenazadoras al estilo terrorista en la fachada de su vivienda, manifestaciones a su puerta y, finalmente, un seguimiento mediático incoherente para el asunto del que se trataba y, lo que es peor, extremadamente cruel. Por casos de los que le absolvieron o por el rebuscado de los mil euros. Por no hablar de la reacción de sus compañeros de partido, que le aplicaron un castigo inmerecido y arbitrario con sus propias normas. Como me decía ayer el ex presidente de la Generalitat, Francisco Camps: «Iñaki, estamos llorando una muerte que no es la muerte natural de una persona. Estamos llorando algo más». Porque nuestra «Rithacher» exhibió su amor al Partido Popular desde los tiempos de Alianza Popular, desde su fundación en Valencia. Estuvo donde se le requirió. En las Cortes Valencianas, primero, y en el Ayuntamiento de la capital del Turia, después. Cuando otros no quisieron aceptar el reto municipal, allá por 1991, y tratar de conseguir la victoria por delante del PSOE y Unión Valenciana. Su bravura, su honradez y sus convicciones lograron lo que para otros parecía imposible, la vara de mando del «cap i casal», como así nos gusta llamar a Valencia. Desde su despacho catapultó a su ciudad a cotas desconocidas hasta entonces y ser reconocida como la «alcaldesa de España». Y su figura se convirtió en un icono del Partido Popular cuando el PP se encontraba casi en las catacumbas del poder. Su aportación electoral al proyecto popular fue inconmensurable durante 24 años y su voz respetada al máximo, dentro y fuera de sus filas.

Finalmente, un deseo. Deseo que tu muerte, Rita, sirva para abrir un periodo de reflexión sobre determinadas conductas que pasan olímpicamente de las consecuencias a no ser que nos afecten personalmente. Descansa en paz. Así es la vida.