Alfonso Merlos
Huellas de elefante
Indelebles. Pisadas grandes y profundas. Intentar borrar la financiación iraní de la que ha disfrutado Pablo Iglesias es como pretender tapar la luna con el dedo índice, o con el pulgar. Huellas de elefante. Reconocidas por el propio líder antisistema, antipatriota y neocomunista. No podemos olvidar lo inolvidable. ¿Nadie recuerda ya cuando el caudillo de la coleta confesaba públicamente haber sido contratado «por un Estado asesino» (sic)? ¿Nadie retiene en la memoria cuando en sus inocentes charletas universitarias anunciaba que no había otra alternativa a recibir ese sucio dinero «porque la política era así»? ¡Estremecedora aquella frialdad! ¡Reveladora esa forma de desnudar tan aviesas intenciones, tan maquiavélicos planes! ¡Y le está saliendo la jugada! De momento.
Pero no. No se trata de que la cofradía podemita tenga un pasado. Se trata de que hay un torrente de dinero, llegado a las arcas de la otrora peña de la Complutense, disparado desde las alcantarillas de los más repugnantes regímenes de todo el globo. Éste es el error. Ésta es la presunta falta y el presunto delito. Esto es lo intolerable y enteramente condenable. ¡Está en nuestro Código Penal!
El Cuerpo Nacional de Policía cumple simplemente con su obligación. Hay atentados de índole económica, fiscal, financiera, que se han podido perpetrar. Deben ser y están siendo investigados. Así rige la democracia. Para protegerse a sí misma y para hacer lo propio con los ciudadanos a los que procede mantener alejados de fuerzas que pisan la ley y que pueden ser, supuestamente, títeres de basurientos gobiernos extranjeros. Para los amantes del totalitarismo el fin justifica los medios. Pero los españoles hemos regado durante treinta años el jardín de la libertad para evitar que lo mancillen y lo destruyan oscuros poderes. ¿Estamos?
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