Lucas Haurie
Jimena, Shaza y la bendita Europa
A pocos les será ajena la peripecia de Jimena Rico, una joven emigrada de Torrox (Málaga) a Londres, que ha vivido un calvario reciente en tierras del Islam. Lesbiana, la chica anda en amoríos con Shaza Ismail, una egipcia residente en la capital británica cuya familia, mahometana observante, execra la homosexualidad. Nadie piense que los Ismail forman parte de esa turba analfabeta fácilmente influenciable por las prédicas de los imanes más flamígeros. Al contrario, el padre de la muchacha es un profesional de éxito establecido en el riquísimo y muy occidentalizado emirato de Dubái, un vivo ejemplo de cómo el bienestar material no siempre redunda en la apertura de las mentalidades. Sobre todo, cuando la intransigencia religiosa entra en liza, lo que resulta enojosamente frecuente en las sociedades que aún padecen la dictadura de la media luna. Muy pocos países de mayoría musulmana (Omán, las zonas urbanas de Turquía o Marruecos...) han conseguido desagregar a estas alturas del siglo XXI los conceptos de pecado y delito: en ningún caso son, por tanto, naciones que deban considerarse avanzadas en materia de libertad de pensamiento. De libertad, meramente. En España y en Gran Bretaña, Shaza y Jimena pueden mantener una relación que les estaría vedada en muchos otros lugares (incluida la Santa Rusia, cuya Duma legisla sin rubor su particular apartheid sexual), como acaban de comprobar mediante una experiencia traumática. De su peripecia deberían extraer conclusiones los malditos populistas que no dudan en autodefinirse como eurófobos, cuando la Europa de hoy es un milagro. Es, ni más ni menos, el mayor espacio de prosperidad y buena convivencia conocido en la Historia. Pero millones de conciudadanos prefieren volver al nacionalismo y a la caverna.
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