Joaquín Marco
Jugar con fuego
Las recientes elecciones venezolanas son un excelente ejemplo de que las democracias pueden resultar espúrias si se convierten en populismo u otras variantes, y de que los votos, según en qué condiciones se depositen en las urnas, poseen valores diversos. Hubo elecciones el día 14 y fueron pacíficas en uno de los países más violentos de Hispanoamérica. Y podríamos preguntarnos si la elección de Nicolás Maduro respondió, pese a la diferencia de un 1,78% de votos, a lo que bajo otras condiciones se habría producido. Maduro fue designado por el anterior presidente Hugo Chávez cuando le acechaba ya la muerte. Y bajo su sombra se ha cobijado para vencer, sin convencer, en unas elecciones harto peculiares. Según manifestó, un pajarito se le apareció en una capilla, en un sueño o ensueño, en el que reconoció a su fallecido mentor. La anécdota provocó toda suerte de comentarios jocosos, como la peregrina idea de intentar embalsamar el cuerpo de Chávez. Algo menos supersticioso resultó Henrique Capriles, quien, sin embargo, utiliza siempre el mismo par de zapatos cuando actúa en las elecciones. Y son ya, pese a su juventud (nació el 11 de julio de 1972), numerosas: a gobernador del estado de Miranda por dos veces, a la alcaldía de Baruta, el segundo municipio con más medios de la zona metropolitana de Caracas, diputado en 1998 por el COPEI y devoto amantísimo de la Virgen del Valle. En 2004 estuvo preso cuatro meses, acusado de complicidad en el asalto a la Embajada de Cuba en Caracas que se había producido casi dos años antes. Maduro, que ha perdido 600.000 votos comparando sus resultados con la última elección de Chávez hace menos de seis meses, recibe una penosa herencia de sí mismo, ya que ejerció la presidencia durante la larga enfermedad del comandante.
Venezuela es un país dividido en dos mitades. El poschavismo cuenta con el apoyo del Ejército y de unas instituciones a medida del régimen, pero se observan varios movimientos en su seno. La república socialista bolivariana, que Chávez encarnó, representa a poco más de la mitad del país, según el recuento oficial. Pero, al margen de esta polémica política, la nación padece una grave situación económica, pese a ser uno de los mayores productores de petróleo. Importa el 90% de lo que consume y su producción de crudo y de gas ha descendido en un año en 95.000 barriles diarios. Pero PDVSA, Petróleos de Venezuela, se propuso incrementar en 250.000 barriles diarios su producción en este año y alcanzar los cuatro millones en 2019. Sin embargo, para lograr tal desarrollo sería necesario invertir 200.000 millones de euros. Nicolás Maduro fue designado por el entonces presidente el 8 de diciembre. El 8 de febrero devaluó el bolívar, la moneda nacional, un 46,5% frente al dólar. Existe ya un mercado negro de la divisa estadounidense. Y, a la vez, un desabastecimiento de productos en los mercados, cortes frecuentes de fluido eléctrico, deficiencias sanitarias e inseguridad. No ha de resultarle fácil reordenar un mercado dependiente casi en exclusiva de un solo producto y del comercio interior que tiende a la baja. Pero lo que se demostró en el periodo preelectoral fue un abismo que separaba los dos grandes conglomerados políticos. No se puede por ahora imaginar un pacto entre ambas formaciones. En teoría, si Maduro logra mantenerse, tras solventar el reconocimiento de su discutida victoria electoral, permanecería en el poder hasta el 2019. Si, tras las elecciones, parecía dispuesto a un nuevo recuento de los votos depositados en las urnas, tras el reconocimiento del Consejo Nacional Electoral, bajo dominio oficial, tomó de inmediato posesión del cargo y alejó cualquier posibilidad de vuelta atrás.
Capriles Rodonski llamó a sus partidarios a manifestarse pacíficamente, con caceloradas incluidas (en las manifestaciones posteriores fallecieron siete personas). Cree disponer de mayor número de votos que su adversario. Según la Mesa de la Unidad Democrática, que engloba toda la oposición, le superaría en no menos de 400.000. La diferencia oficial estriba en 7.505.338 de Maduro frente a 7.270.403 de su adversario. Pero, Maduro Moros, de cincuenta años, antiguo conductor de autobuses, no posee el carisma de Chávez. Éste fue capaz de arrastrar a la vía política a gentes que habían vivido al margen de la misma y organizar a sus fieles siguiendo un populismo no muy alejado del castrismo cubano. El nuevo presidente ha advertido ya de que «tendremos mano dura contra el golpismo» aludiendo a su rival. Enrique Capriles, al impugnar los comicios, pudo decir con razón: «Yo no luché contra un candidato, sino contra el uso de todos los recursos públicos». Si algunos líderes latinoamericanos como Kirchner, Correa, Mujica o Castro se apresuraron a felicitarle por su «éxito», los EE UU se mostraron tibios los países de la Unión Europea se limitaron a decir que tomaban nota. Y el embajador en España fue llamado a consultas, aunque la tensión se suavizó casi de inmediato. El resultado electoral ha tornado más oscuro el panorama venezolano. En el lejano 1929, el futuro premio Nobel Rómulo Gallegos publicó en Barcelona (España) su novela más popular, «Doña Bárbara», que se convirtió en un símbolo nacional, pese a no ser su mejor obra. Era la novela del llano. Hoy, sin discusión, son las grandes urbes las protagonistas de Venezuela. Pero el caciquismo y la violencia de aquella novela subyacen todavía como tópicos válidos en la de ahora mismo, la que debe buscar una suerte de conciliación entre adversarios políticos y grupos sociales irreconciliables. Pese a los años, un sustrato parece anidar en las entrañas de esta tierra agitada.
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