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La bandera en el circo

La Razón
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Pedro Sánchez fue proclamado el domingo candidato socialista a la presidencia del Gobierno en el Circo Price envuelto en la bandera de España. La foto del joven líder, de pie en el atril, con traje oscuro y corbata, casi minimizado, él y su mensaje, por la gran enseña nacional proyectada a su espalda, que dominaba el escenario, quedará como una novedad histórica. El gesto ha chocado a casi todo el mundo. Muchos en la izquierda lo han visto como una renuncia oportunista del PSOE a su tradición republicana. Otros le otorgan un alto valor patriótico en un momento de fuertes arremetidas separatistas y de ataques al «régimen del 78». Hay muchos observadores, de distintos pelajes, que ven en el «numerito» un intento casi desesperado de Sánchez de recuperar el espacio de la moderación después de entregar simbólicas parcelas de poder a fuerzas separatistas o antisistema, consideradas extremistas. Eso ha sido lo más chocante: su comportamiento aparentemente bipolar. Con toda seguridad ha pretendido con esta meditada operación de marketing arrebatar a Rajoy y a Rivera ese espacio central de la política y la bandera constitucional. Otra cosa es que lo haya conseguido.

Los símbolos son representaciones convencionales de algo. La bandera simboliza la nación, como la cruz simboliza el cristianismo o la Internacional, el socialismo. Los símbolos pierden su valor si no son compartidos o se utilizan como arma arrojadiza. Forman parte esencial de la comunicación humana. Para Jung, «quien habla con simbolos habla en mil idiomas». Es lo que ha hecho Pedro Sánchez. Estudiando Filosofía, me interesó vivamente el neokantiano Ernst Cassirer que defiende la teoría de que el hombre es un «animal simbólico» antes que animal racional o animal político. A base de símbolos construimos el universo propio. La bandera es uno de ellos. Hay que honrarla y compartirla, no pisotearla ni utilizarla como baza electoral. El hecho de que la escena que comento se haya desarrollado ostentosamente en un circo se presta a sacar conclusiones, no necesariamente divertidas, sobre el circo de la política.