Podemos

La cárcel de papel

La Razón
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«No hay beneficio, lo que hay es una diferencia entre el precio de compra y precio de venta». Las palabras, una vez pronunciadas por las personas que se dedican a la cosa pública (la política, para entendernos) le dejan a uno retratado y en la cárcel de papel (mis coetáneos recordarán «La Codorniz»). Las palabras son muy hermosas, pueden curar, herir, consolar... «El vendedor de palabras» (libro precioso) tenía una muy valiosa: «Silencio, la pronuncias y empiezan a sobresalir cosas secretas». Pero la política actual española produce demasiado ruido. Cuando lean esto, ya habrá gobierno, pero habremos asistido al juego tan periodístico e inútil como las quinielas. Todo el mundo quiere su minuto de gloria (o de mierda tras escuchar a los representantes de Bildu y ERC). Y los fundamentalistas aplauden y acompañan con palmaditas estas vergonzosas intervenciones. El líder de estos, dizque profesor universitario y regalador de libros que no se ha leído y de series que sí ha visto, pues vive de la imagen televisiva, se alza en el portador de los «coherentes» y recomienda a otros un libro de Kant que no existe. Sus adláteres se echan encima del señor Villegas porque los pone frente al espejo. Y, ahora el señor Espinar (ese que dijo ser hijo de los obreros que no pudo matar el franquismo y cuyo padre es uno de los juzgados por las tarjetas black), autor de la declaración con la que he comenzado mi artículo, resulta que le han pillado en un renuncio. Ellos, los adalides de la honradez, que todavía no han tocado BOE, ya presentan maneras de la vieja casta, la de los Bárcenas, Pujol, Chaves y Griñán (Monedero se suma por méritos propios), que camparon por sus obligaciones como si fueran sus haciendas particulares. Las palabras, queridos lectores, también dejan con el culo al aire.