Restringido

La enfermedad de Convergència

La Razón
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Los nacionalismos confundieron el sentido de pertenencia a un grupo, el amor a la tierra que tenemos todos los seres humanos, con el rechazo y la actitud excluyente hacia lo que no es igual. Su estrategia ha sido la implosión de la sociedad y su manera de relacionarse, parecida a la de una enfermedad autoinmune, en la que el sistema inmunitario no reconoce una parte de su propio cuerpo, de su propio ser y se convierte en el agresor atacando partes del mismo como si se tratase de un cuerpo extraño.

Las enfermedades autoinmunes fueron descubiertas en el siglo XIX. Desde entonces, las cosas han cambiado mucho. Hoy ya se conocen bastante mejor las causas que activan sus procesos y su desarrollo puede ser modulado o incluso frenado.

También los nacionalismos aparecieron en el mismo periodo secular, y el mundo ha cambiado. Hoy es globalizado, las fronteras se desdibujan y los separatismos aparecen antiguos, disonantes con la nueva concepción del mundo.

El separatismo catalán no sóolo ha desechado la idea de compartir proyecto con el resto de España. En su proceso autoinmune también ha desechado el cuerpo político que representaba Convergència Democrática de Catalunya. La corrupción y el callejón sin salida al que se ha dirigido el plan soberanista de Artur Mas han terminado provocando el no reconocimiento de su propio ser.

La idea de fundar otra organización política no es la mejor ocurrencia que han tenido los nacionalistas. Ponen de manifiesto su crisis interna, la situación de facto de proyecto soberanista como fallido,y ratifican la sospecha de que la principal preocupación de algunos dirigentes de CDC era escapar de la Justicia.

Resulta difícil creer que aquellos que han sido los protagonistas del desastre de CDC sean los garantes del éxito de una nueva fuerza política. Sencillamente, es ocupar un nuevo cuerpo para consumirlo de la misma manera. Ni que decir tiene que la cúpula convergente será plenamente consciente de que no está en situación de mostrar solvencia ante la comunidad internacional en su objetivo de lograr la independencia.

Pero no siempre fue así. CDC tuvo no sólo protagonismo sino lealtad con España en la Transición democrática. Supo mantener el equilibrio entre sus dos almas, entre la tendencia centrífuga del nacionalismo que inspira a un sector y otra, pragmática, de negociación ventajosa y de vela por los intereses de Cataluña, intereses que son comunes a los del resto de España.

Sin embargo, la corrupción generalizada, la implicación de la propia familia Pujol y la ruptura del equilibrio entre las dos almas de CDC han terminado con 41 años de historia en Cataluña y de historia en España.

Hace falta una fuerza política en Cataluña capaz de reconocer a la burguesía catalana, que tiene sus especialidades, carácter propio e incluso sus propios intereses. Una fuerza moderada, conservadora y que devuelva a la realidad, el diálogo y la cordura en el conflicto catalán.

Pero, sin duda, también es profundamente necesario que los responsables del desastre no sean los capitanes de la nueva embarcación, por la sencilla razón de que son el origen de esa enfermedad autoinmune que volvería a destruir, no sólo a la nueva organización política, sino también los puentes que aún se mantienen para la convivencia pacífica entre dos formas de ver España y Cataluña.

Los que aman la tierra hasta el punto de anteponerla a las personas que la habitan deberían dar prueba de sus sentimientos y ser generosos, no saltando a un nuevo cuerpo, que debe nacer sano, condenando su futuro.

En la política española faltan respeto y educación y sobran malos modos y arbitrariedades. Desconfío de aquellos que siempre están en posesión de la verdad y que acostumbran a dar consejos desde una presunta atalaya. Un baño de humildad, en general, no vendría mal. El desprecio de los demás del que hacen gala los extremos sólo tiene como consecuencia hacer crecer al enemigo.

Unos y otros deben entender, desde la consideración de los demás, que alimentarse del enfrentamiento es una manera mezquina de crecer. Los que quieren una Cataluña sin el resto de España tienen una idea de país tan pequeña y limitada que su presunta utopía se transforma en una realidad gris y mediocre. Aquellos que quieren una España sin las cuatro lenguas quieren una España achicada. La uniformidad también es una forma de enfermedad autoinmune.

Los españoles no somos muy amigos de los muros. Queremos cabalgar, como lo hacía don Quijote, por el infinito horizonte manchego, sin trabas ni muros que nos impidan cumplir nuestro destino.