Alfonso Ussía

La fotografía

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La fotografíalarazon

La última fotografía de Hugo Chávez publicada por el diario «El País» es auténtica. Prueba de ello es que ha merecido honor de portada en el resto de los periódicos. Posa sonriente y convenientemente maquillado con un ejemplar del diario castrista «Gramma», que en su estética es muy parecido al vespertino «Pueblo» de Emilio Romero. Sonríe mientras sus hijas, muy guapas por cierto, rompen en carcajadas. Se me antoja dolorosa la fotografía, fronteriza con la crueldad. Le han practicado una traqueotomía y no puede hablar. Aún así, el mensaje es de felicidad plena. Maduro, que es el Solís Ruiz de la tiranía bolivariana, ha manifestado mientras secaba sus lágrimas a punto de cauce descendente que Venezuela ha sentido una gran felicidad «al ver su foto con sus ojos iluminados». Séame permitido incluir a Maduro, que por su aspecto feroz no lo aparenta, en la relación de personas y objetos culminantes de la cursilería, no menos cursi que «los cisnes unánimes» de Rubén Darío, que unos pétalos de flores secas en un álbum de firmas, que una talla de elefantes de marfil caminando de mayor a menor con la trompa agarrando la cola del paquidermo previo o –como apuntaba el genial don Francisco Silvela–, que bailar con entusiasmo la polka «El Ferrocarril». Ignoro quien acuñó la cursilería de la «Lucecita del Pardo», probablemente el mismo periodista que describiendo una tarde monegasca de la Princesa Gracia, arrebatado por la emoción escribió: «Y la bellísima princesa, sonreía plácida y quedamente mientras oía el rumor de las olas del mar y el canto de las cigalas». Porque en Mónaco no cantan las cigarras, sino las cigalas, que para eso es un Principado tan rico.

Voy a la crueldad. Los regímenes totalitarios se muestran durísimos con sus creadores cuando éstos sirven como nombres y ya no como personas. Se ocultan los males y padecimientos con siniestra negrura. Franco sufrió en su muerte, pero no hubo ni un solo español desinformado. Para hacerlo diariamente estaba el «Equipo Médico Habitual». La enfermedad de Fidel Castro, reconocida pero endulzada, dio pie a toda suerte de interpretaciones. Y lo de Chávez no puede ser analizado desde la lejanía de la crueldad. Al régimen le sirve que viva y se deje fotografiar, aunque su capacidad política haya desaparecido por completo. Ahí está el hombre, el ser humano que padece una enfermedad terminal. Y también está, aunque no lo parezca, el Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, sesenta y ocho días después de haber abandonado su país para ser operado en Cuba. En un principio se calculó que estaría ausente una semana. Desde su cama hospitalaria retomó el mando supremo de Venezuela. Se han superado los dos meses y Chávez, para tranquilizar a sus partidarios, se deja fotografíar sonriente con sus hijas mientras lee un reciente ejemplar del «Gramma», y Maduro entona el trino de la felicidad de Venezuela porque ha visto, al fin, al timón dorado de su ruina «con sus ojos iluminados». Y Venezuela ha devaluado el bolívar con grotesca brutalidad, y siendo una de las naciones más ricas del mundo, vive en la pobreza y dependen sus suministros alimentarios en un 80% de las importaciones. Habrá que investigar en el futuro en qué lugares del exterior guarda la familia Chávez su inconmensurable fortuna. Quizá por ello, a sabiendas de que existe, las hijas ríen a carcajadas, a pesar del sentido sinsabor que el dolor de su padre les procura. Pero no hay mal que por bien no venga. En esta ocasión, y sin que sirva de precedente, la fotografía del diario independiente de la mañana «El País» – decía Amón que lo era por independizarse de la mañana– ha publicado una fotografía en la que Chávez es Chávez, las hijas son las hijas, y los «ojos iluminados», el consuelo de la Venezuela bolivariana. Desde ese punto de vista, mi más cordial enhorabuena.