César Vidal
La judía Jerusalén
Hace algo más de tres mil años un audaz rey, pastor trocado en militar, tomó un monte enclavado en el centro de su país. La conquista de la elevación, conocida como Sión, era una muestra más de la agudeza que caracterizaba al joven monarca. Convertida en capital de sus tribus, podría desde ella gobernarlas porque, como Madrid en España, estaba en el centro de ellos. Aquel genio de la guerra, de la política y de la poesía se llamaba David y su hijo Salomón llegó a cumplir un sueño insatisfecho que abrigó durante años, el de construir en aquella colina un templo al único Dios verdadero. Desde entonces, el corazón de los hijos de Israel ha estado unido entrañablemente a Jerusalén y, de manera especial, al monte Sión y al templo. Cuando los babilonios quisieron borrar de la tierra el reino de Judá arrasaron el templo. Los profetas Ezequiel y Daniel anunciaron su reconstrucción, que se cumplió al cabo de unas décadas bajo el aliento de personajes como Esdras y Nehemías. Jesús el judío lloró al percatarse de que Roma también acabaría destruyendo aquel templo como, efectivamente, sucedió en el año 70 d. de C.. De aquel santuario sólo quedó una explanada – donde después cristianos y musulmanes levantarían lugares de culto propios– y unos cimientos que se denominan convencionalmente Muro de las Lamentaciones. Tan clara tenía el imperio la conexión entre el alma judía y Jerusalén que Adriano quiso borrar la ciudad y convertirla en una urbs romana llamada Elia Capitolina. Fracasó. Tampoco lograron objetivo similar los árabes seguidores de Mahoma, los cruzados de Europa o los conquistadores turcos, porque siempre ardió la llama del amor a Jerusalén y al monte del templo en los corazones judíos. No sólo eso. Cuando en el siglo XIX surgió un movimiento nacionalista que soñaba con la creación de un estado judío, la nueva doctrina recibió el nombre –¿podía ser de otra manera?– de sionismo. Una resolución de la UNESCO acaba de señalar que ese monte y el lugar donde estuvo enclavado por dos veces el templo nada tienen que ver con Israel y el judaísmo. Puestos a proferir majaderías podría haber dicho también que Cervantes escribió el Quijote en catalán, que Segovia es una ciudad francesa o que Nueva York forma parte esencial de la cultura de la dinastía Ming. Por mucho que se repita una mentira, por mucho que se gaste en ella el dinero, por mucho que se difunda no dejará de ser una falsedad.
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