César Lumbreras
La OMC y el comercio
Escribo desde Nairobi, donde se está celebrando, con más pena que gloria, la Décima Conferencia Ministerial de la Organización Mundial de Comercio (OMC), que vive un momento crucial de su historia. ¡Qué lejos quedan los tiempos en los que estas «cumbres» acaparaban, para bien o para mal, la atención del mundo! Baste recordar lo que sucedió en la ciudad norteamericana de Seattle, entre el 30 de noviembre y el 3 de diciembre de 1999, cuando el estallido del movimiento antiglobalización pilló por sorpresa a las autoridades de Estados Unidos, que fueron incapaces de garantizar la inauguración de la Conferencia porque los manifestantes bloquearon a los delegados. Pasaron dos días hasta que un ejército policial similar al de Pancho Villa, compuesto por fuerzas de la policía local de Seattle, del «sheriff» del condado donde está la ciudad, de la Policía del estado de Washington y de la Guardia Nacional, recobraron parcialmente el control del centro, después de que los «protestantes» hubiesen arrasado con la mitad del mobiliario urbano, tiendas y comercios. Aquello terminó en fracaso y hubo que esperar dos años, a noviembre de 2001, cuando el mundo estaba bajo los efectos de los ataques a las Torres Gemelas, para que se lanzase la Ronda del Desarrollo en Doha, dirigida a favorecer a las naciones más pobres, proceso negociador que catorce años después sigue abierto todavía. Los más de 160 países miembros actuales de la OMC han sido incapaces de alcanzar acuerdos y esta organización languidece, víctima de la proliferación de pactos comerciales de carácter bilateral entre bloques regionales (los más ricos), que ya se han cerrado o que se están negociando. Claro que también hay quien dice que ha habido que recurrir a esa bilateralidad porque la OMC y su sistema multilateral no funcionan. Sea como sea, al final va a terminar siendo verdad el dicho popular que reza eso de «entre todos la mataron, y ella sola se murió».
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