José Luis Alvite
Mundo sin precio
Vacaciones sin dinero. Es lo que toca este año en Semana Santa. Por lo tanto, vacaciones sin viajes, sin gastos, sin derroche. Se impone la contención y el regreso a una realidad que creíamos superada para siempre, el retorno a esa vida sencilla en la que tendremos que reencontrarnos con los viejos placeres que nunca costaron mucho dinero: las interminables tardes sin ocupación, las campanadas sin brida en la iglesia de la parroquia, los recuerdos rescatados del cajón en el que hace años que no miramos, el menú barato en una de esas tabernas a desmano en las que todavía hay latas de conservas con el precio de la postguerra y sobrevuelan la bombilla unas moscas lentas como el aceite, y tan gruesas y lanares, que forran el aire y oscurecen la luz. ¿Y qué hay de malo en el retorno a ciertas privaciones? Nada, en absoluto. Será bueno que descubramos que el precio de las cosas tiene con frecuencia poco que ver con el placer que nos producen. Hay pocos viajes tan interesantes como quedarse quieto y entretener la cabeza con pensamientos que hace tiempo que no frecuentamos. O apearse al final de la línea del autobús y descubrir que a media hora del portal de casa existe aun un mundo sencillo, manual y sincero en el que ni los perros llevan collar, ni importa mucho que sea de la semana pasada el periódico de hoy. Yo uno de esos días iré en coche hasta el norte de Portugal con el dinero justo para no hacer cuentas y con la certeza de que en Valença, en Caminha, en Viana, también el progreso se ha desmoronado, la gente regresa al instinto de sobrevivir y los hombres hablan tan bajito, que en los cementerios sólo hacen algo de ruido los muertos al expulsar los gases de la extremaunción. Y seré feliz en ese mundo viejo, fronterizo y educado en el que la gente sólo discute por el placer de disculparse.
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