Paloma Pedrero

Niños deshabitados

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Lo decía Fromm en «El arte de amar»: lo que necesita un ser humano para crecer sano, para ser, es leche y miel materna. La mayoría de las criaturas, al menos las que nacen en estos parajes nuestros, tienen asegurada la leche, aunque sea de bote, la miel es ya más difícil de conseguir. Porque la miel es la atención, el hogar, la caricia única de unos padres enamorados de su criatura. Y para que unos padres puedan ofrecer eso a su hijo, tienen ellos mismos que estar alimentados de esa melaza que llena de dulzor la vida. Hoy, en nuestras sociedades materialistas, existen muchas criaturas deshabitadas de amor. Otras nacen de familias que no tienen ni la leche para darles, que por diferentes y dolorosos motivos, no pueden criarlos, y tienen que entregarlos a instituciones. Se ha aprobado un plan en el Consejo de Ministros que mejorará el presente y el futuro de los niños deshabitados. Que permitirá que los recién nacidos puedan vivir en una familia sin que tengan, como hasta ahora, que pasar dos años de estúpida burocracia. El plan tiene otras mejoras. Pero ésta es fundamental para no destruir el corazón y la mente de los humanos que llegan sin hogar al mundo. Dos años viviendo en una institución, los dos primeros en que se forma el carácter del niño, trae consigo toda una vida de autoreconstrucción por parte de esa persona. Para una familia, aunque no sea la biológica, será un niño amado y único. Y el crío lo percibirá. Las mismas sonrisas, gestos, pieles en su piel cada día. Tendrá un nido desde el que volar. Bien, que se cumpla. Será una inmensa acción.