Restringido
No sin mis patillas
Cuando hace cuatro años me presente por mi partido a las elecciones a la presidencia de la Comunidad de Madrid, los expertos en comunicación me insistieron hasta la extenuación que recortase mis patillas un centímetro y medio. Ahora, cada vez que les veo, siempre busco la manera de introducir en la conversación la coleta del Sr. Iglesias, para demostrar que no ajustarse a lo esperado en un político no es una limitación electoral.
Sin embargo, el líder de Podemos me ha estropeado los argumentos. Cuando he leído un teletipo en el que se mostraba su cambio de imagen, con una nueva expresión, más cuidada y muy ajustada a los cánones de los tiranos expertos en campañas electorales, he entendido que todos juegan las mismas reglas de la misma manera.
La política ha cambiado sus tradicionales campos de batalla –parlamentos, mitines o la calle– por el espacio mediático. También ha transformado su clásica voluntad de escuchar el «alma del pueblo» por el moderno objetivo de atender a la «opinión pública».
La tan traída y llevada opinión pública que sirve para debatir asuntos públicos y crear climas de favorables o desfavorables acerca de las cosas. Muchos políticos se esfuerzan en conocer hacia dónde soplan los aires de la evaluación social para no confundir su elección. Aparece como una atrocidad un responsable político que nade contracorriente de la opinión pública. Se convierte, pues, en una condición para el que quiera liderar algo. Sin embargo, no está muy claro el lugar donde se genera la opinión pública ni quién tiene su custodia. En el mundo antiguo estaba claro, los griegos en el ágora, los romanos en el foro, pero ¿y en la democracia moderna?
La sociedad reconoce su opinión en los medios de comunicación, y estos se han erigido en portavoces del pensar de la sociedad. Adopta formas muy variadas, sondeos demoscópicos, algunas entrevistas o la opinión del periodista.
Esto ha tenido muchas consecuencias sobre la política. En primer lugar, ya no se rige por su propia lógica, ahora debe hacerse compatible con la lógica de la comunicación mediática. El objetivo de muchos políticos es dirigirse y tener predicamento sobre los medios de comunicación y no sobre los ciudadanos.
En realidad, ahí está el origen de la deslegitimación de la política. El argumento que se da desde algunos ámbitos es que los procesos electorales no representan la auténtica voluntad de los ciudadanos. Que hace falta un mecanismo permanente de representación de esa opinión pública y que el mejor vehículo no es otro que los medios de comunicación. De esta manera la opinión publicada se identifica con la opinión pública y los dirigentes políticos llegados a un punto ya no saben bien a quién se dirigen, si al público o a los periodistas.
La consecuencia directa es la deslegitimación de las instituciones políticas y la debilidad de los liderazgos.
Algunos líderes se han convertido en un producto mediático que los expertos en comunicación crean con técnicas no muy diferentes a cualquier mensaje publicitario.
Líderes que toman como banco de pruebas de sus propuestas o de sus medidas la editorial de un periódico, que intentan no tomar muchas decisiones y si lo hacen que vayan en la línea de lo que esperan los «líderes de opinión», que para eso son los portavoces de la opinión pública.
El papel al que se relega a un líder es saber en cada momento qué papel tiene que representar, (si quiere seguir siendo líder, claro está). La recuperación de la legitimidad exige abandonar el modelo del liderazgo frágil, recuperar autenticidad y mostrar valentía en las ideas y posiciones políticas.
Los medios de comunicación deberían ejercer de cuarto poder, de contrapoder efectivo, situarse fuera de los circuitos de poder y no aspirar a condicionar las decisiones de los gobiernos ni de lo partidos políticos, sino vigilar y fiscalizar la calidad de la democracia.
En la antigua Grecia, el espacio público estaba entre el ámbito privado de las familias y el de la política que tomaba decisiones que afectaban a la ciudad. En el ágora el individuo debatía, libre y en discusión con otros, las decisiones políticas eran el final de un proceso de distintos puntos de vista e intereses de los ciudadanos.
Recuperar la calidad democrática no se consigue quebrando las instituciones, ni improvisando liderazgos, ni tampoco leyendo atentamente los editoriales antes de tomar una decisión. Así que, Sr. Iglesias, puede usted seguir con su imagen de antes que ahí no está el problema, yo me volveré a dejar mis patillas.
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