Enrique López

Patriotismo constitucional

La Razón
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Ayer celebramos el 37 aniversario de nuestra Constitución, 37 años de convivencia democrática, y sobre todo de prosperidad política, social y económica, quizá los mejores años de nuestra historia. Nuestra Constitución ya tiene más años de los que duró el régimen de Franco instaurado tras la guerra civil. Mucho se habla de su reforma, y no cabe duda de la plena legitimidad de las posturas que abogan por ello. Sin entrar en este debate, no puedo resistirme a ensalzar su valor y fortaleza. Los ejes sobre los que en el futuro debería sentarse un serio debate para la reforma deben partir de respetar y mantener vivo el pacto de 1978, el cual debe inspirar los posibles cambios. Éstos se pueden hacer para mejorar y para resolver problemas, pero también se puede pretender con ellos una transformación, convirtiendo lo alterado en irreconocible. Gozamos de un magnífico texto constitucional, y los mejores cambios que se puedan hacer son aquellos que pretendan exhibir el valor de la misma y fortalecer sus éxitos. En definitiva, se deben solucionar problemas y no crearlos. Un segundo eje debe ser el mantenimiento del amplio consenso del que gozó su formulación y aprobación. Un tercer eje debe centrarse en pensar en las necesidades de los ciudadanos, y no en los problemas de los políticos, puesto que no hay que confundir los problemas políticos con los problemas de los políticos y de sus carreras personales. Decía el jurista francés Guy Carcassonne que una Constitución no puede por sí misma hacer feliz a un pueblo, pero una mala sí puede hacerlo infeliz, y no puedo estar más de acuerdo. Por último, en España necesitamos extender eso que Jürgen Habermas difundió en Alemania bajo el concepto de patriotismo constitucional. En palabras del propio Habermas, el patriotismo constitucional se apoya en una identificación no con contenidos particulares de una tradición cultural determinada, sino con contenidos universales recogidos por el orden normativo sancionado por la Constitución: los derechos humanos y los principios fundamentales del Estado democrático de derecho. En este patriotismo se integran personalidad colectiva y soberanía popular, y se reconcilian identidad cultural y ley democrática. En consecuencia, los ciudadanos que hacen suyo el patriotismo constitucional no se remiten en primera instancia a una historia o a un origen étnico común, sino que se definen por la adhesión a unos valores comunes de carácter democrático plasmados en la Constitución. Por ello, definido un proyecto común y asentado este proyecto en unos valores compartidos por la inmensa mayoría, sólo queda dirigir la acción política hacia el bien común. En este escenario, las concretas ideologías son importantes, pero ceden parte de su legítimo espacio en aras de aquel bien común, y, por supuesto, los nacionalismos excluyentes tienen poco futuro es este escenario. Sin renunciar a nuestra historia y signos identificativos, se debe enfatizar en lo común y lo compartido, manteniendo la natural y necesaria ubicación de la soberanía popular de forma exclusiva en el pueblo español. No olvidemos que al que no sabe dónde va ningún viento le es favorable.