Política

Francisco Marhuenda

Percepción social

Percepción social
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Es normal que el pesimismo siga instalado en la sociedad española y que una gran mayoría crea que este año no será todavía el de la recuperación. Es algo parecido a lo que sucedió en 1996. En este caso, además, la crisis económica ha sido más larga y dura que las anteriores. Desde la posguerra, España no ha vivido una destrucción económica tan amplia e intensa. Lo sorprendente sería que la percepción cambiara con tanta rapidez, porque existe inquietud incluso entre los que encuentran trabajo. A diferencia de lo que sucedió en la etapa socialista, cuando se negó insistentemente la existencia de la crisis y luego se creyó que sería de corta duración, Rajoy ha sido extremadamente prudente aunque los datos son muy positivos.

La izquierda política y mediática, así como los periodistas más acomplejados restan mérito a las profundas reformas que se han emprendido y que están dando resultado. Esta actitud llega al extremo de aducir que el Gobierno ha caído en la propaganda y la retórica verbal del triunfalismo, cuando ha sucedido todo lo contrario. Rajoy fue prudente el pasado 26 de diciembre, en su balance del año, cuando dijo claramente que «nuestra principal prioridad sigue siendo el bienestar de los españoles y así será hasta que recuperemos el que se llevó la crisis económica» y al finalizar añadió que «queda mucho por hacer, sobre todo a la hora de devolver la esperanza a las personas a las que más daño hizo la crisis. Ellos son ahora nuestra prioridad».

Estas palabras no han interesado a los que se dejan cegar por su animadversión contra el PP o necesitan mostrar una equidistancia ridícula, porque a Rajoy hay que criticarlo cuando lo hace mal, pero no se le pueden restar méritos cuando acierta o es prudente. Es cierto que en una economía interconectada, como nunca lo había estado la española, dependemos de lo que sucede sobre todo en el resto de la UE y especialmente en la zona euro. Las noticias de Grecia no son esperanzadoras, aunque cabe esperar que los populismos no alcancen sus objetivos. Lo que es innegable es que España ahora es capaz de aprovechar mejor las oportunidades que otros países y cuenta con una economía más competitiva. No hay más que hablar con los empresarios o comprobar los buenos resultados del consumo. La recuperación se percibe claramente.

Este año creceremos cerca de un 3 por ciento, lo que permitirá una creación de empleo muy importante, así como el paso de muchos contratos temporales a fijos. Es una consecuencia lógica de la estabilidad y la confianza. Esto conducirá a que la opinión pública evolucione, como ha sucedido en otras ocasiones, y que el paro deje de verse como un grave problema. Otra cuestión distinta es que las reformas no pueden parar. El comienzo de un ciclo electoral es inquietante porque paraliza muchas cosas y abre paso a la demagogia. España necesita ser todavía más competitiva y acabar con el lastre de una economía sumergida que ocupa a más de dos millones de personas que figuran en las estadísticas oficiales del paro. Las reformas de las administraciones públicas, excesivamente pesadas y burocratizadas, deberían ser una prioridad, así como la reducción de la presión fiscal y los aspectos, como la energía, que lastran la competitividad de nuestras empresas.