Reyes Monforte
Perdón
Hay un youtuber –esa nueva condición generacional que encuentra su sentido existencial en colgar videos y cobrar una pasta por visualización a lo que no tienen reparos en llamar «profesión»– que decidió humillar a un mendigo dándole unas galletas que anteriormente había untado con dentífrico. Tras recibir numerosas críticas por su gracieta decidió pedir perdón, pero solo porque le presionaron y porque, según él, de los errores se aprende. Claro que se aprende, especialmente cuando el aprendizaje lo pagan otros. De un tiempo a esta parte escucho a muchas personas exigir perdón por una afrenta sufrida como si eso fuera a solventar o aliviar en algo el desaire, el daño o el dolor sufrido por una execrable acción. Sinceramente creo que el perdón está sobrevalorado, al menos el que se estila en nuestros días, un perdón pancista, farisaico e interesado, como parte de una estrategia. A nadie se le escapa que cuando un acusado pide perdón durante un juicio es porque su abogado le ha explicado que con semejante golpe de pecho, el juez y la ley será más indulgente con su pena. No es que lo sienta, es que sabe que pidiendo perdón sacará más beneficio, e incluso se envolverá en un halo de bondad. Escribió Shakespeare que nada envalentona tanto al pecador como el perdón, y tenemos el mundo lleno de semejantes valientes. Hoy en día lo fácil y provechoso es dar un bofetón, publicar una calumnia, difamar en redes, no realizar bien tu trabajo y luego pedir perdón, sin más, como si eso borrara todo lo anterior. Con el perdón nos ha pasado como con el día de la Madre, la Navidad o el día de los Santos Inocentes: nos hemos perdido, se nos ha distraído su verdadero sentido, lo que realmente significa y para lo que fue creado. Se nos despista la semántica y así vamos: llamando «jóvenes adolescentes» a quienes asesinan a mendigos quemándolos vivos en los cajeros automáticos, y «rebeldes sirios» a los que masacran a la población civil. La obsesión por este perdón amañado nos va a llevar a lo que decía el compositor alemán Johannes Brahms: «Si hay alguien aquí a quien no haya insultado, le pido perdón». Dicho lo cual, si alguien se siente ofendido por mis palabras, pido perdón... , por aquello de no ser menos.
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