Martín Prieto
Personajes en busca de autor
Alfonso Guerra siempre abominó de las primarias y sentenciaba que las cargaba el diablo, como la cabina de Ambrosio, y, así, los dirigentes socialistas al tiempo que alardeaban de ellas las aspergaban de agua bendita para conjurar al osado que decidiera presentarse fuera del oficialismo. La sucesión de Felipe González fue crítica por una corrupción convertida en bramadero al infectar instituciones del Estado, y el dedazo del jefe, al que llamaban «dios», se posó sobre el perfil bajo de Joaquín Almunia. Josep Borrell, el crucificador de Lola Flores, españolista y estatista catalán, dijo que se lanzaba a la piscina por ver si había agua y encontró cocodrilos. El guerrismo filtró a la prensa que tenía amigos, inspectores fiscales en Cataluña con injustificados viajes inmobiliarios a Andorra y hubo de retirarse de la palestra entre abyectos rumores sobre su libérrima sexualidad. Almunia asó la manteca formando un Frente Popular con los comunistas que no lo veían y se pinzaban la nariz para conducirlos a todos a una calamitosa elección. Luego, a Almunia le consolaron en el dorado cementerio de elefantes de Bruselas donde llegó a presidir una comisión y a tratar a España como a la madrastra de Cenicienta. A Borrell le administraron como a la pobre Pilar Miró, sentada en el banquillo por los suyos a cuenta de unos vestidos de representación. Siguió fiel a Felipe González pero no quiso saber nada más de su partido.
Como no reflexionaron ni un minuto sobre la caída de Felipe (las responsabilidades políticas desaparecen con la derrota electoral), echaron a suerte a José Bono, como príncipe heredero, siendo derrotado por la mínima por un desconocido Zapatero (¿Zapaqué?), del que se ignoraba su intención de romper con el felipismo y la Transición y que cambiaba votos por prebendas. Ya se sabe: elígeme y estarás conmigo en el paraíso. No le aceptaba ni Rubalcaba, aunque pronto se dejó pasar por la piedra sacrificial partidista.
Las posteriores primarias, propias de la cámara de torturas de un castillo medieval, consistieron en la amenaza del Cagliostro (quien también era químico) de convocar un Congreso para desvelar las vergüenzas de ZP si no iba de candidato único. Las primarias socialistas o son campo de agramante o eutrapelia. Zapatero obligó a Carme Chacón a retirarse, y continúa orbitando la Secretaría General para ser la primera presidenta de España.
Autora de los desahucios exprés, no es éste su mejor momento para levantar la cabeza, a más de su paso por el Ministerio de Vivienda y embarazada de cuota en Defensa que fue tan delgado como papel de Biblia, y lleva al cuello a su marido, Miguel Barroso. Íntimo de Zapatero, gerente cultural, publicista, rico, ejerciente de una fría mala leche, su propósito es ser consorte de una presidenta de Gobierno. Su impunidad le llevaba a presentarse en los consejos de generales y almirantes presididos por su esposa y, lógicamente, secretos. Él la nombró ministra de los militares en una cena en casa de Pepiño Blanco aduciendo que su avanzado estado de gestación sería un golpe publicitario.
Estas primarias de «Alicia en el país de las maravillas» son una carrera en la que los atletas arrancan, se paran y entran nuevos en la liza por ver si alguno resulta y sin necesidad de saber qué proyectos tienen en la cabeza ni como analizan los descalabros del PSOE. Al menos en Madrid al partido le llaman «La Empresa», donde entras de telefonista y puedes llegar a CEO si escuchas crecer la hierba sin pasar por la vida real y el aprendizaje en la verdadera empresa privada.
Así las cosas, la señorita Beatriz Malagón, reina de las Juventudes Socialistas Internacionales es lanzada a la fama por unos balbuceos sobre los hoteles de cinco estrellas. Patxi López, cuyo único mérito es ser hijo del histórico Lalo López Albizu, abandonó los estudios por la profesión de socialista, y pese a haber fracasado en el País Vasco y no haber finalizado de aprender euskera, aparece recurrente en las loterías del PSOE, quizá con la condescendencia de Rubalcaba.
El jovencísimo Eduardo Madina es la última bola que han echado en esta ruleta. ETA le puso una bomba lapa que le voló una pierna y su madre murió de muerte súbita al interiorizar el shock traumático de su hijo. Pero es un ZP-bis defensor de la negociación con la banda, lo que enaltece a las víctimas del terrorismo, pero él empantana en el voluntarismo virtual de su mentor. Sus compañeros lo tienen por retraído y pusilánime. Otro profesional del socialismo del que cabe temer se apoyaría en los anarcoides movimientos callejeros. Recibió 3.000.000 de euros de indemnización, poco para su mutilación y comparativamente mucho al lado de los asesinados. Con los complementos de su paso por la UE y su esposa altamente colocada actualmente en una empresa multinacional. «Seis personajes en busca de autor» de Luigi Pirandello. Suben sin texto al escenario actores sin guión para representar sus ambiciones frustradas sin dramaturgo que les haya escrito libreto alguno. Honorato de Bálzac: «El socialismo que se cree moderno es un viejo parricida. Siempre mató a la república, su madre, y a la libertad, su hermana».
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