Restringido
Porky's en Pennsylvania Avenue
Gente de poca fe, yo mismo, pronostica cataclismos. Con Trump en la presidencia cabalgaremos por el Valle de Josafat, donde juzgarían a los gentiles. Si en otros países cualquier indocumentado es capaz de carcomer las instituciones, ¿qué no hará un jamelgo de tupé limón en el trono del 1.600 de Pennsylvania Avenue, amparado por las redes sociales y envuelto en los fluorescentes andrajos de la posverdad? Pues no. Todavía hay clases. En EEUU, la democracia más vieja, al hombre que confundió la ley con su caballo acabarán sentándolo en el pupitre y con orejas de pollino. ¿El veto a los ciudadanos de equis países? Paralizado por los jueces. ¿La versión remozada? Ídem. ¿El militar que hablaba con los rusos? Obligado a dimitir. ¿El hachazo al Obamacare y la previsible pérdida de prestaciones sanitarias de cerca de 14 millones de personas? Matarile en el Congreso incluso antes de someterse a votación. ¿Las baladronadas contra sus socios, de Europa a Corea del Sur? De vuelta al buzón que tiene por boquita, bien salpimentadas de realpolitik. ¿La fantasmada taiwanesa? A Dios bien, gracias, en el cajón de los besos perdidos tras recibir la llamada del oso oriental. ¿Su yerno como de la pax entre israelíes y palestinos? A un soponcio de testificar delante del Senado por un quítame de ahí esos banqueros rusos, que a ti, moreno, te encontré en sus brazos. ¿Las acusaciones de fraude electoral? Desestimadas por el FBI y, ay, por su propio partido. ¿El hipotético espionaje al que le habría sometido Obama, microondas mediante? Pisto de humoristas en modo surrealismo Monty Python. Etc. ¿Significa esto que no ha causado males y, por tanto, barra libre al choteo, jojojo, y en cuatro años los suelos impolutos? De eso nada. Trump ejerce como un elefante loco en la cacharrería más delicada. Tiene a la vista el maletín nuclear. Gobierna como un Calígula de opereta. Pero EEUU, digan lo que digan, digan lo que digan los demás, es mucho EEUU. La complejísima trama de contrapesos y garantías judiciales y la fortaleza del legislativo impiden que actúe como un Napoleoncito más allá del plató y el Twitter. Los decretos que firma los devora el tiempo a ritmo antropófago. Sus ocurrencias muerden la bala no bien sonríe. Las baladronadas y el marketing, que rindieron óptimos frutos en campaña, valen menos que cero en la arena política, a cuyos oficiantes denigró y con los que ahora no le quedará otro remedio que marcarse varios agarrados. El plantígrado torpe aprenderá a bailar, a negociar, a comerse el orgullo y a escuchar a sus conseglieri o morirá a los pies de las estatuas. No hay bendiciones, perdón ni tregua para los bufones en Washington. La democracia estadounidense nació como antídoto a la tiranía, sus instituciones y hasta su tuétano son un poema de resistencia contra las tentaciones autocráticas y la feroz bulimia populista. La escandalosa fiesta del pijama que lidera Trump tiene que acabar o esta Casa Blanca en modo Porky’s saldrá por el desagüe de la historia.
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