Alfonso Ussía
Recapacita, tigrazo
Dos días, cuarenta y ocho horas, llevo sin poder dormir. Me pinchan y no sangro. Me cosquillean en las plantas de los pies y permanezco impasible. Para reaccionar, he visitado la playa. Y he percibido entre los homínidos allí presentes y tostantes una melancolía encadenada. Nace la tristeza en las dunas y muere en la orilla, donde centenares de niños ni ríen, ni saltan sobre las últimas olitas, ni lloran cuando una cometa aterriza en su cabeza. Algunos visitantes extranjeros se han atrevido a preguntarme por el motivo de tanta tristeza reunida en una playa esplendorosa. Informados de la causa, se han sumado a la pesadumbre imperante. «Nacho Duato no se siente español y no sabe qué significa ser español». «Ahora lo entendemos todo», me ha susurrado el turista austriaco de la minibraguita violeta.
No has estado oportuno, tigrazo. Creo sinceramente que te has equivocado y necesitas una descansada reflexión. La verdad, Nacho, es que lo mejor que tienes, sin punto de comparación, es tu parentesco con Ana Duato, esa mujer atractivísima que se ha convertido paso a paso en una actriz excepcional. A tí no te he seguido demasiado, como consecuencia de una de mis vergüenzas que jamás he hecho pública y hoy la expongo temeroso y decidido. Me aburre el Ballet. Las dos últimas compenetraciones entre mis glúteos y una butaca de patio para asistir a una sesión de Ballet se me hicieron eternas. La penúltima en Viena. «Romeo y Julieta» de Prokopiev. Terminé de Romeo, de Julieta, de los Montesco y de los Capulettos hasta el gorro. La última en San Petersburgo, en el maravilloso Teatro Nevsky, con su telón azul y dorado. Se representaba «El Lago de los Cisnes» de Tchaikowsky. Estoy seguro de que, en más de una ocasión tú has sido cisne, con esa arrogancia que los genes te han procurado. «El Lago de los Cisnes» está muy bien hasta que el malvado cisne negro principia su agonía. No conozco cisne que tarde tanto en morir. Un agobio. Cuando bajó el telón azul y dorado, experimenté una contagiosa alegría. Soy feliz en un concierto de música sinfónica, con partituras románticas o barrocas, pero el Ballet y la Ópera me cansan. Huyen de la naturalidad. Un hombre como tú, tigrazo, haciendo de cisne puede interpretarse como una situación extraña. Y la Ópera. La definición de Mayerhoffer, el gran y posteriormente desleal amigo de Schubert, es inmejorable: «La Ópera es una representación en la que el tenor, desde el primer momento, se quiere tirar a la soprano, y el barítono nunca se lo permite». O aquella de que la Ópera «es una tragedia donde le clavan un puñal al protagonista, y el protagonista en lugar de morir como todo hijo de vecino, se recupera, se levanta y se pone a cantar». Una tarde-noche inolvidable en Formentor con Plácido Domingo se me aliviaron los complejos. «La Ópera –palabras del genio–, se sometían en el tiempo de duración al acto social que la producía. De una Ópera, a ti y a mí nos gusta y emociona lo mismo. Los tramos culminantes, las arias. El relleno es morralla».
Volviendo a Nacho Duato. No lo he visto bailar y no he asistido a ninguna de sus coreografías. Sí he sabido que durante veinte años, uno más o uno menos, ha sido el Director de la Compañía Nacional de Danza. Todo termina y tiene su fin, como escribió Jardiel Poncela, «hasta la provincia de Badajoz». Y Duato se marchó a Berlín, donde también ha triunfado porque dicen que es un bailarín muy bueno y un coreógrafo con un carácter insoportable, aunque nadie le niegue su arte cimero. Tenía a Duato como un hombre extravagante y algo histérico, pero la extravagancia, el histerismo y la gratitud encajan perfectamente. A Nacho Duato lo hemos estado pagando, y no mal, los españoles durante veinte años, y me parece ingrato que nos quiera abandonar con su desprecio. ¿Qué será de España sin Nacho Duato? Me aterroriza hallar la respuesta.
«No soy español», aunque nació en Valencia y allí vivió y estudio hasta los dieciocho años. De valencia, como no es español, se trasladó a Madrid, donde fue cariñosamente recibido en el Ballet Nacional dirigido por Victor Ullate. Viajó, se pulió y regresó, como no es español, a España, donde dirigió su Campañía Nacional de Danza, dependiente del Ministerio de Cultura del Gobierno de España, que lo nombró y apoyó sin límites durante decenios. Y como los grandes artistas son universales, se instaló en Berlín. En septiembre se presentará en Madrid para actuar con su compañía alemana en el Teatro Real. No se preocupe. Será nuevamente bien recibido porque el público del Real es sólo exigente con la calidad y no con las bobadas que se dicen en las entrevistas.
Pero no puede abandonarnos este paladín de nuestra convivencia patria. Recapacita, tigrazo.
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