Crisis económica
Recuperar la credibilidad
Bien está que el ministro de Economía, Luis de Guindos, recorra los foros internacionales para dar a conocer de primera mano la sustancial mejoría que ha experimentado la economía española durante los últimos años. Si en 2012 estábamos a punto de quebrar y las agencias de rating colocaron nuestra deuda al borde de la categoría de «bono basura», hoy la situación ha cambiado de manera considerable: sin estar ni mucho menos fuera de la zona de peligro (difícil estarlo con una deuda pública que alcanza el 100% del PIB y que, por tanto, es muy sensible a cualquier repunte de los tipos de interés), sí es cierto que el ritmo de crecimiento de nuestras obligaciones financieras se ha reducido de manera muy apreciable y que el crecimiento económico hace prever una progresiva desaparición del déficit durante los próximos años, aunque sólo sea por el aumento que también experimentará la recaudación.
Todo ello son hechos que merecen ser trasladados de primera mano a la comunidad financiera para que, por ejemplo, sean tenidos en cuenta por las agencias de calificación durante las próximas revisiones de nuestro rating. Ahora bien, y siendo importante esta labor de comunicación, lo crucial para que España recupere su credibilidad a largo plazo no es que el Gobierno diseñe una buena campaña de marketing global, sino que las variables fundamentales de nuestra economía –y, muy en particular, el déficit y la deuda pública– continúen bajo control. Recordemos que el Ejecutivo de Zapatero también efectuó varios «roadshows» por la comunidad inversora con nulos resultados debido a la catastrófica situación financiera de nuestro país: una buena estrategia de comunicación ayuda a vender un buen producto, pero no consigue que un pésimo producto se convierta en bueno (sobre todo, ante personas especializadas en analizar la situación económica de los diversos países y la solvencia de los diferentes gobiernos). Por eso, si de verdad queremos posicionarnos bien ante el capital global, no podemos abandonar ni las reformas estructurales ni las reducciones del gasto ni las bajadas de impuestos. Obras son amores y no buenas razones.
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