Alfonso Ussía
Redes y platós fecales
Las redes fecales, las que autorizan la cobardía del anonimato, las que asumen el hedor virulento de los vertederos y las cloacas, se regodean durante esos días con insultos, bulos y rumores dirigidos al Rey Don Juan Carlos. A ellas se suman los platós impúdicos de los pedorros y las pedorras, rebosados de diferentes estiércoles italianos que se han establecido en España para enriquecer a un conocido sinvergüenza de origen lombardo. Un periódico nacional, «El Mundo», ofrece en portada la tenencia en Suiza de una cuenta corriente del Rey padre. Y al día siguiente, en un editorial pasmoso, reconoce que no hay prueba alguna que demuestre la existencia de esa cuenta. Todo comenzó en Botswana. Nuestros animalistas de la escuela de Walt Disney no perdonaron al Rey la caza de un elefante. Don Juan Carlos se equivocó pidiendo perdón. Si no se cazaran elefantes el día menos pensado los paquidermos cruzarían el estrecho de Gibraltar para establecerse en Sotogrande y Marbella. El Rey tendría que haber dicho. «Siento que unos ignorantes se hayan enfadado por mi certero disparo a un elefante. Ignoran que entre los safaris organizados y los guardas de los parques nacionales se cazan cada año más de tres mil elefantes, y por ello me propongo, sin que le cueste un euro al contribuyente español y cuando los médicos me lo autoricen, volver a Botswana a cazar tres elefantes más».
Al Rey Don Juan Carlos se le insulta porque la Justicia ampara los insultos. No es delito en España amenazar con quemar a los católicos como en el año 1936. Y sus catedrales, iglesias y ermitas. No es delito reírse de los cuerpos mutilados de las víctimas del terrorismo ni de los huesos de tres niñas violadas, torturadas y asesinadas por dos criminales. No es delito para nuestra Justicia podemizada hacer bromas con las cenizas de los millones de judíos exterminados en el Holocausto nazi. No es delito, porque está comprendido en la libertad de opinión y de expresión, llamar al Rey «hijo de puta». Eso sí, cuidado con recordar que un futbolista se trató con hormonas de crecimiento, o insinuar que una histérica cotilla habitual a los platós estercolados compartió una noche los gozos primaverales con un actor de cine. Entonces, la Justicia podemita, la predominante, no admite la libertad de opinión y de expresión, actúa y empapela.
El Rey Don Juan Carlos ha cometido muchos errores, pero simultáneamente ha protagonizado muchísimos más aciertos. Entre ellos, el de garantizar la libertad de los españoles. Su figura, que fue respetada unánimemente en España hasta que llegaron las redes fecales, los cónsules de Berlusconi y los trolls de Podemos, mantiene fuera de nuestras fronteras su prestigio intacto. El Rey fue el impulsor de los derechos y libertades que hoy disfrutamos los españoles. La balanza que mide y pesa los aciertos y los errores de Don Juan Carlos se desequilibra con contundencia en la báscula de los primeros. Y no me vengan con nostalgias monárquicas. Fui monárquico emocional durante el franquismo con Don Juan De Borbón. Con la monarquía establecida en España, ser monárquico es una tontería. Impera el pragmatismo. España necesita el poder sin poderes de una Institución que sobrevuele los ácidos y asperezas políticas. El Rey, por serlo, no tiene que pedir perdón por nada. Y el Rey, por serlo, merece al menos el mismo trato judicial que los violentos de las redes fecales, los pedorros de los platós estercolados y los que airean rumores como si se trataran de evidencias. Don Juan Carlos no ha sido prudente en algunas acciones continuadas. Se ha rodeado a veces de amigos impresentables. Todos hemos tenido amigos impresentables, pero es cierto que el Rey está obligado a analizar a sus íntimos con mayor prudencia. Pero todo, amigos, canas al aire y demás errores, son los mismos que cometemos los demás, y con especial frecuencia, los que más le insultan y critican.
No defiendo al Rey Don Juan Carlos porque no necesita defensa. Defiendo mi libertad para recordar que ha sido un Rey fundamental para alcanzar los derechos humanos y las libertades en España. Defiendo mi derecho a hacerlo. Es decir, que me defiendo a mí mismo buscando su figura y su persona como mi mejor excusa. Soy libre, y eso es suficiente para agradecérselo al Rey Don Juan Carlos, que, por otro lado, no se caracteriza por su afición al agradecimiento. Pero eso no importa.
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