Julián Redondo
Relevo
El deporte en general, pues no sólo de fútbol vive el hombre, no tiene memoria. Los traspiés de Rafa Nadal acercan a su figura, que ya merece una estatua en cada rincón habitado de este cainita país, hacia el despeñadero de la incomprensión y el desagradecimiento. Los cagaprisas habituales que no ven más allá del triunfo inmediato anuncian su defunción, aunque le queda cuerda para alegrarnos, y le dedican epitafios de mal gusto y truculentos. Rafa, que antes ganaba y ganaba, ahora gana y pierde, y, como dibuja la línea de la vida, su estrella se apagará en las pistas como se fueron fundidas a negro las de Arantxa y Conchita, a quienes ha llegado el relevo: Garbiñe Muguruza. La «Diablesa de Tasmania» –en aquel confín australiano conquistó su primer y único título WTA–, que saca bien y resta mejor, que es valiente y concienzuda, que posiblemente tenga su peor enemiga en ella misma, vuelve a medirse con la indiscutible Serena Williams, pero en una final. El precedente sonríe a la española, que eliminó a la número uno hace un año en Roland Garros. Antes de pisar la arcilla, mostró una fortaleza mental que sorprendió a la estadounidense. «Yo también te puedo ganar», se dijo. Y la derrotó. Garbiñe es la clase de Conchita y el corazón de Arantxa, soplo de aire fresco para el tenis español, necesitado de noticias agradables y ésta es fabulosa, aunque Serena, fuerza de la naturaleza, se tome cumplida revancha de aquella confrontación. Garbiñe, musa de Alfonso Ussía, llama a la puerta. Si no se abre, la derribará. Es presente y futuro, de la estirpe de Carolina Marín, Ruth Beitia o Mireia Belmonte.
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