Ángela Vallvey
Si en vez...
Es un argumento lacio, esponjoso, pachucho, que oigo en boca incluso de personas que considero inteligentes, razonables y/o preparadas: ¿Qué pasaría si en vez de éste fuera el otro? ¿Qué estarían diciendo si en vez de tal ocurriera cuál? ¿Y si en lugar de esto pasara lo demás...? Como argumentación parece floja, la verdad. Como premisa dialéctica, produce estupefacción. Se espera algo más que el mero «si en vez de...» para tratar de convencer a alguien de que uno lleva razón. «Imagínate que esto lo hiciera Fulanítez en vez de Menganítez», se oye decir a voz en cuello, sobre todo cuando se trata de debates políticos (televisados, o de bar restaurán). «¡Anda que si en vez de ser tú fuese yo...!». Se escucha por doquier, expresado con gran énfasis y autoridad ética. «Si en vez de Carmena lo hubiese hecho Rajoy, ¡se habría liado!» O: «Si en vez de Rajoy lo hubiese dicho Carmena..., ¡buf!, ardería el Polo!» Anti-oratoria en estado de excepción. Los antiguos maestros de retórica aconsejaban a quienes deseaban hablar con propiedad huir de los términos vagos y generales, y no olvidar que las palabras son signos convencionales, no naturales, que significan aquello que hemos decidido que expresen. La falta de precisión, de claridad y de corrección en el lenguaje, puede hacer parecer al hablante una persona falta de discernimiento, incluso cuando seguramente no sea el caso. No se trata de intentar lucir con ostentación ciertos conocimientos, algo que solo traduciría una fachosa vanidad, sino de ser eficaz y elegante en la comunicación con nuestros congéneres. Es verdad que las ideas se contagian, el gusto se remoza y rejuvenece y las costumbres se transforman. Pero no por eso el buen orador –e incluso el mal orador, o cualquier propio que pasara por ahí– debería dejarse atrapar por el último soniquete pegadizo que se le acople a las entendederas como el estribillo de una canción de verano, repitiendo lo mismo que dicen los demás. Sobre todo, si eso tan cargante y adhesivo como unos leggings baratos no es más que la expresión que oculta una clamorosa falta de argumentos, de lógica y sentido. Elegir las palabras habla de quien está hablando, valga la repetición, y es mejor que las palabras digan de nosotros cosas interesantes. (Algo que seguramente ocurriría con este artículo si «en vez de» escribirlo yo lo hubiese perpetrado un académico de la lengua. Verbigracia)...
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