Julián Redondo

Sin goles no hay paraíso

Sin goles no hay paraíso
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Casualidad o no, desde que Diego Costa es el ariete de la Selección no hay manera de hacer un gol. Los tres últimos los encajó Australia y no jugó Costa. En teoría, el equipo tiene que buscar al 9, y si a éste le secan dos «centrales pesados» –palabras textuales de Vicente del Bosque al referirse a Sakho y a Varane–, tendrán que ser los habitantes de la segunda línea los desestabilizadores, y todos, con un fútbol preciso, intenso y vertical, los que generen ocasiones para que alguna culmine en gol. Y si al delantero centro le cierran los espacios con marcajes pegajosos, que se mueva con las lapas por todo el frente de ataque, que seguro que algún compañero encontrará un hueco para solucionar el problema. Para eso hay que pisar el área y no marear la perdiz en los medios. Y, sobre todo, chutar, disparar, tirar, cañonear. Es frustrante asumir que con uno de los mejores delanteros del fútbol mundial España no le haga un gol a una silla. Y es tarea del seleccionador y de sus colaboradores encontrar la llave de esa puerta que mientras permanezca inviolable, va a amargar la existencia a cuantos todavía creemos que después de Brasil hay vida.

Una vida seguro que más plácida que la que llevan los ciclistas, generosos en el esfuerzo para magnificar la Vuelta con un espectáculo casi diario. Y sí, repanchingados en el sofá, es una gozada verlos.

En fútbol, como en ciclismo, hay etapas. Era de ilusos imaginar que la Selección sumaría título tras título sin interrupción después del Mundial y las dos Eurocopas –otra cosa es el estacazo brasileño–. Son ciclos. En 1983, Hinault se escapó vivo de Pajares, no hubo convenio español y ganó la carrera. En las rampas de los Lagos de Covadonga se produjo una situación similar, no idéntica. Froome, el foráneo más peligroso, prosiguió con su cantinela de hacer la goma mientras unos metros por delante Contador, Valverde y Purito aplazaban el hachazo. Sin confianza entre ellos, dejaron con vida a Froome porque, seguramente, tampoco ellos tienen tantas vidas.