Alfonso Merlos
Tocado y expectante
Nervios. Caras largas. Incertidumbre. Desasosiego. Mutismo. Dudas. La composición de la noche en Ferraz tuvo mucho que ver con el presente y el futuro que les espera al Partido Socialista y a su líder, Pedro Sánchez.
No estamos ante unos resultados convencionales. Tampoco, por consiguiente, ante una distribución de la representación parlamentaria ordinaria en nuestra reciente historia democrática. Si así fuese, Pedro Sánchez habría anunciado de forma súbita su dimisión. Por dos razones incontrovertibles. Primera, por haber dejado en una anécdota la cercana debacle electoral de Alfredo Pérez Rubalcaba. Segunda, por haber malversado la hegemonía como partido que los del puño y la rosa disfrutaban hasta ahora en el espectro ideológico de la izquierda.
Y, sin embargo, habiendo quedado sumamente tocado, aún le es posible flotar al secretario general del PSOE. Porque es una evidencia que el 20-D ha dejado en el Partido Popular a un vencedor clarísimo ante el conjunto de los españoles, pero también que las dos grandes fuerzas que han quedado por debajo –la roja y la morada– van a planear lo posible y lo imposible para boicotear la investidura como presidente del Gobierno de Mariano Rajoy y buscar una alternativa (legal y legítima) pero que contamine de manera considerable lo que los ciudadanos han llevado con su voluntad a las urnas.
No es un proceso de intenciones contra quien ha sufrido un terrible varapalo. Es la constatación de un lamentable principio –el del cordón sanitario– que en España y en los últimos años hemos visto en demasiadas ocasiones cómo los perdedores usaban contra el ganador.
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